Vivimos en un mundo cada vez más globalizado, en el que las empresas quieren acceder a los mejores mercados del mundo para ser rentables. Pero para estar en esa primera división mundial es necesario ser muy competitivo y el motor de esa competitividad es la innovación. El informe 2033: compitiendo en innovación, elaborado por PwC con la colaboración del IESE Business School, hace una radiografía de la innovación en España e incluye una serie de recomendaciones para convertirla realmente en el impulsor de la actividad en nuestro país.

Innovar consiste en idear, desarrollar y poner en marcha cualquier novedad que pueda generar beneficios. Inevitablemente, cuando hablamos de innovación pensamos en un avance tecnológico. Pero también se produce innovación en los procesos internos de una compañía, en la forma de hacer las cosas, en aprovechar mejor los recursos… La innovación se puede dar en todos los ámbitos de una empresa, tanto en qué cosas se hacen como en el modo en que se hacen.

Además, para que una política de innovación sea eficaz: 1) debemos asegurarnos de que se pueda maximizar el valor de las novedades que se ponen en marcha y 2) hay que generar un contexto de innovación general, sistémico y continuo. No podemos quedarnos en acciones puntuales.

Un ecosistema de innovación es un entorno que está formado por una serie de agentes que toman parte en el mismo y que son necesarios (tanto desde el punto de vista de la oferta como de la demanda): el Gobierno, que debe ser el facilitador de todo el proceso innovador; la Universidad, que aporta la investigación; la empresa como epicentro; y los centros de transferencia de conocimiento, que son los que deben ayudar a que la investigación se convierta en productos y servicios concretos que puedan llegar al mercado para comercializarse. En definitiva, que tan importante es la existencia de todos estos actores como las relaciones que se generen entre ellos, que deben ser fluidas y perfectamente coordinadas.

¿En qué situación se encuentra España en estos momentos?

Hay que reconocer que las cosas han mejorado en las últimas décadas, pero todavía nos queda mucho camino por recorrer, hace falta que demos un salto cualitativo para alcanzar un contexto que favorezca la innovación. El actual sistema ha llegado a sus límites de efectividad.

Estamos asistiendo a la puesta en marcha de iniciativas interesantes, una serie de buenas prácticas que resulta muy prometedora, y además contamos con una estructura considerable, sobre todo en algunas zonas geográficas. Y se producen mejoras constantemente. Pero también vemos que hay campos con mucho margen de mejora, cuellos de botella en todos los niveles. Hace falta una mayor implicación del Estado, más proyectos emprendedores, profesionales mejor preparados, relaciones más fluidas entre universidad y empresa… Pero la gran prioridad es conseguir un sistema eficiente a la hora de convertir la investigación de base en innovaciones que se trasladen al mercado. Es en esa transición de la teoría a la práctica donde se pierde gran parte del esfuerzo realizado.

El informe 2033: compitiendo en innovación, hace una radiografía de la innovación en España e incluye una serie de recomendaciones para convertirla realmente en el impulsor de la actividad en nuestro país

En los últimos años ha aumentado considerablemente la proporción del PIB que destinamos a I+D, pero aun así, todavía estamos lejos del 3% que nos hemos marcado como objetivo y de la media de la Unión Europea. Además, hay otros factores que contribuyen a esa falta de eficiencia del sistema y que se suman al bajo nivel de inversión en I+D+i: 1) la falta de compromiso de la empresa española con la innovación, 2) la poca comprensión sobre cómo funciona un ecosistema emprendedor y 3) la dispersión de los agentes de innovación a lo largo de todo el territorio nacional.

Tenemos mucho por hacer. Hacen falta mecanismos, como la inversión conjunta público-privada, que a día de hoy prácticamente no se produce, o el apoyo de las grandes empresas, para que las pymes puedan sumarse al proceso de innovación. La realidad actual es que muchas empresas desconocen cuáles son las posibilidades de colaboración con otras empresas o con entidades públicas o privadas; ni siquiera se conocen las ayudas o subvenciones a las que puede optar un proyecto innovador. Y cuando una empresa consigue acceder a esa información, la burocracia y las trabas administrativas complican mucho las cosas. Obviamente, no nos encontramos en el escenario idóneo para innovar.

La dispersión geográfica de los agentes y de los recursos es otro problema. No tanto por la distancia en sí entre unos lugares y otros, sino por la falta de coordinación. Efectivamente, esta situación provoca que no se concentren esfuerzos en un área determinada, sino que dentro de un mismo campo se avance de forma paralela e independiente en diferentes zonas, de forma que a veces se producen duplicidades e ineficiencias. Podríamos aprovechar sinergias y avanzar más rápidamente en muchos campos si consiguiéramos racionalizar los esfuerzos. De hecho, por zonas geográficas solo Madrid y Cataluña disponen de ecosistemas completos y equilibrados.

En este sentido, sí resulta interesante la tendencia observada en las empresas a asociarse por sectores, funciona la política de clústeres, y eso permite un mejor aprovechamiento de los recursos, especialmente cuañndo hablamos de innovación. Es una buena línea en la que debemos profundizar.

Ahora hay que ir perfeccionando el sistema, todavía falta que funcione mejor esa cadena a la que ya nos hemos referido, que empieza en la investigación inicial, pasa por todas las fases de desarrollo y concluye cuando la idea original se convierte en un producto o servicio que llega al mercado y que las empresas pueden rentabilizar. Para eso son necesarias políticas concretas por parte de las administraciones públicas, implicación del sector privado y un marco legal que facilite las cosas (actualmente existen muchas trabas legales y burocráticas), pero también un contexto educativo que prepare a las personas para emprender e innovar. Además, y desde un punto de vista cultural, en España debemos superar la tradicional aversión al fracaso que hace que muchas personas no se atrevan siquiera a iniciar un proyecto.

¿Cómo debemos preparar nuestro ecosistema de innovación para 2033?

En primer lugar el Estado debe desempeñar un papel más acertado y eficiente a lo largo de toda la cadena de valor de la innovación. No se trata solo de financiar proyectos, también debe facilitar las relaciones entre agentes y proporcionar un marco legal y burocrático favorable a los procesos de innovación. A su vez, hay que atraer capital, debemos crear un entorno atractivo para los inversores, tanto nacionales como extranjeros.

También es importante crear mecanismos que vinculen a la universidad y la empresa, para así lograr un trabajo mucho más coordinado y, por tanto, eficiente. Y es crucial que la empresa española mejore las prácticas de innovación interna y saque más partido al talento con experiencia, es decir, a los profesionales más senior.

El camino hacia 2033 es prometedor, tenemos una gran oportunidad de asomarnos a los puestos de cabeza a nivel mundial. Pero para conseguirlo, no debemos perder la perspectiva de que la innovación es la base de la competitividad.