La asamblea del Foro Económico Mundial, celebrada en Davos la semana pasada, ha sido este año rica en acontecimientos. Hemos podido oír todo tipo de discursos, desde la oportuna intervención del Rey Felipe VI hasta la esperadísima aparición del presidente de EEUU, Donald Trump. Hemos confirmado el optimismo de los líderes mundiales (la tradicional encuesta de CEO de PwC da fe de ello) y, al mismo tiempo, se ha constatado que el crecimiento económico no está resolviendo las fracturas sociales ni la brecha laboral de género. Hemos asistido a apasionados alegatos a favor y en contra de la tecnología, del libre comercio, de las redes sociales, de las criptomonedas o de la inteligencia artificial. En verdad, mucho de lo ocurrido en Davos da que pensar a las empresas.

Veamos algunas de las reflexiones que suscita la cumbre:

La coyuntura económica, bursátil y empresarial es muy favorable. Sin embargo, hay que evitar caer en la complacencia (como se suele decir en el mundo del fútbol, el equipo campeón es siempre el que peor ficha) y estar preparado ante potenciales dificultades, porque la situación, probablemente, tenderá a ir a peor. En particular, los expertos advierten sobre el excesivo endeudamiento de las empresas y temen el impacto del mismo sobre su negocio una vez se concrete o acelere el inevitable endurecimiento de la política de tipos de interés.

Los riesgos no clásicos de las empresas (como el terrorismo, los ciberataques, los cambios geopolíticos o el cambio climático) crecen más que los tradicionales (demanda, acceso a la financiación, volatilidad del tipo de cambio…). Como apuntó Bob Moritz, presidente mundial de PwC, esto significa que las empresas tienen que ampliar su perímetro de planificación para incluir riesgos que escapan totalmente a su control, pero que pueden llegar a golpear duramente su negocio.

La geografía de las oportunidades de negocio está cambiando. EEUU es, con diferencia, el mercado más atractivo para invertir y parece haber desplazado definitivamente a China de la posición que ocupó durante muchos años. El efecto Trump no sólo no ha debilitado esa tendencia (las empresas parecen haberse acostumbrado a su estilo agresivo y caótico, y a sus inclinaciones proteccionistas), sino que la ha reforzado, gracias a su rebaja fiscal.

Otro país que hay que tener muy en cuenta es India, que tiene un mercado laboral muy prometedor. La sensata intervención en Davos de su primer ministro, Narendra Modi, es otra razón para confiar en el futuro de India.

La globalización está en regresión. Se puede discutir mucho, como se hizo en Davos, sobre las ventajas y las desventajas de la globalización, pero lo que es evidente es que es una tendencia en retroceso. La irrupción de Trump en la escena mundial y la consolidación de las corrientes populistas y nacionalistas en muchos países del mundo está generando un ecosistema económico, social y político cada vez más fragmentado, en el que conviven diferentes regulaciones, valores y bloques comerciales. Las empresas tienen que adaptarse a este nuevo escenario, más complejo y difícil de gestionar.

Invertir más en formación.  La educación es el problema y la solución. Los sistemas educativos de los principales países no están preparados para la transformación de los puestos de trabajo que exige el nuevo orden digital, y los jóvenes de hoy llegan al mercado laboral con habilidades que no se necesitan y con carencias en otros aspectos que sí hacen falta en las empresas. Es fundamental que las empresas inviertan más en formación interna para adecuar los perfiles a las nuevas demandas de la economía digital.

Las tecnologías emergentes (big data, inteligencia artificial, blockchain…) no son simples hipótesis o experimentos: han llegado para quedarse. Algunas de ellas, como la inteligencia artificial, tienen algunas contraindicaciones, especialmente por lo que significan de sustitución de empleos tradicionales. Sin embargo, su potencial positivo de transformación de industrias, de mejora de la competitividad y de creación de nuevos tipos de puestos de trabajo compensa holgadamente las posibles desventajas iniciales.

Estas conclusiones confirman un año más que la cumbre de Davos es un buen termómetro para tomar la temperatura de la economía mundial y facilita la tarea de identificar las corrientes que la configuran. Las empresas deben tomar buena nota de ello y actuar en consecuencia para competir en un mercado que hoy se parece poco al de ayer y que, previsiblemente, también es muy distinto al de mañana.