En los últimos meses, se ha hablado mucho sobre cómo se debe gravar a las empresas en la economía digital. En otros artículos anteriores, he abordado esta discusión desde un punto de vista estrictamente fiscal, analizando por qué los líderes empresariales deberían preocuparse tanto por los aspectos positivos como por los negativos de las iniciativas legislativas que están encima de la mesa.

Pero esta cuestión va más allá del puro análisis técnico por su impacto en el mundo de los negocios. Nunca diré que la fiscalidad es el factor más importante en las decisiones de empresariales, pero no es menos cierto que forma parte de ellas. Y, como consecuencia, la fiscalidad puede actuar de acelerador o de freno en el mundo de los negocios.

Pero no lo digo yo. Recientemente, PwC encuestó a trescientos líderes empresariales en Norteamérica, Europa y Asia-Pacífico -la mitad de ellos pertenecientes a compañías con  empleados y clientes en más de diez países-. Uno de los objetivos de la encuesta era comprender mejor la economía digital y analizar el impacto de la legislación tributaria actual y venidera. Los resultados nos muestran que debemos pensar en la fiscalidad de la economía digital no sólo en términos recaudatorios, sino también desde un punto de vista más general. Es decir, analizando su impacto en los mercados, en los consumidores y en la inversión en I+D. En otras palabras, la fiscalidad digital afecta a toda la economía, no solo a las empresas. Veamos tres conclusiones que se desprenden de nuestra encuesta:

1. Los impuestos influyen en las decisiones de inversión. Las políticas tributarias nacionales importan y mucho. El 80% de los directivos encuestados considera que la decisión de un país de gravar sus actividades más que otros, tiene un efecto directo en sus decisiones de inversión. (Un porcentaje que alcanza el 90% en el caso de los directivos del sector del automóvil y en el industrial; y el 86% en el de salud, y farma). Es más, la mayoría de los entrevistados ya ha reducido su presencia en algunos mercados debido cuestiones relacionadas con la regulación fiscal. Los directivos citan la falta de consistencia como la principal causa, y casi tres de cada cuatro entrevistados afirman haberse visto obligados a excluir algunos mercados debido las diferencias con sus regímenes fiscales,  que hace el compliance demasiado difícil y costoso.

2. Las empresas más pequeñas y los consumidores, los más afectados. Nuestro estudio concluye que las pequeñas empresas son cuatro veces más propensas a abandonar mercados por cuestiones fiscales que las grandes compañías. Más del 50% de los encuestados asegura que aunque seguirían operando en mercados fiscalmente más gravosos, también reconocen que intentarían cambiar la naturaleza de sus actividades para minimizar los costes. Es más, el 64% de los directivos asegura que si se crean nuevos impuestos sobre actividades digitales en mercados donde ya están presentes, trasladarán esos costes a los clientes y solo un 30% dice los asumirá.

3. Los impuestos reducen la inversión en I+D e impactan en la innovación. Aunque los directivos se suelen decantar por la calidad del producto o de servicios que ofrecen, como el principal elemento para generar valor y, por lo tanto, ingresos. Si comparamos la importancia que le dan a la inversión en I + D -el segundo factor más relevante- en relación, por ejemplo, con la inversión en marketing; nos damos cuenta de que aún nos encontramos en un momento muy temprano del ciclo de crecimiento de los negocios digitales. En otras palabras, todavía estamos en la fase de innovar. Así que, si bien todos entendemos la necesidad que tienen los gobiernos de aumentar la recaudación tributaria, los impuestos digitales (especialmente sobre los ingresos) podrían afectar negativamente a la inversión en I + D y al crecimiento que esta genera. Un impuesto sobre los ingresos tiene poca o ninguna relación con los beneficios o con la creación de valor y puede, por lo tanto, reducir el incentivo de invertir en I + D..

Otra consecuencia de un impuesto sobre los ingresos tiene que ver con el Big Data, un negocio muy importante para los directivos pero que, a menudo no resulta en una monetización inmediata. La captación y análisis de datos es fundamental para impulsar mejoras en productos y procesos dentro de las empresas, pero, por lo menos casi nunca de forma inmediata, se traduce en un incremento de la productividad y del beneficio. Como sugiere el propio término, el Big Data requiere la recopilación de cantidades ingentes de datos, algunos de los cuales nunca tendrán valor alguno. Pero gravar los datos sin tener en cuenta cómo, cuándo y cuáles (o si) van a ser útiles, podría llevar a que se recopilen menos datos, independientemente su potencial. Una casuística que podría ser especialmente relevante en sectores como el de automoción o el de la atención médica, donde el 55% y el 61% de los encuestados, respectivamente, coinciden en resaltar la importancia de la recopilación de datos para mejorar los servicios y productos.

Por lo tanto, es fácil ver que las empresas no son las únicas a las que afectará el debate sobre cómo gravar a la economía digital. Las propuestas sobre las que se están trabajando tendrán un impacto directo en las economías, en los clientes, en las startups y en el consumidor final.

Esto es lo que piensan los directivos de las principales empresas, no los expertos y fiscalistas, por lo que los ciudadanos (y los gobiernos) deben entender que los impuestos digitales no solo gravarán los ingresos, sino también la inversión y el empleo. Las empresas tienen que participar en este debate para explicar y hacer entender a los gobiernos nacionales y a las organizaciones internacionales sobre sus consecuencias. Y los gobiernos deberían trabajar con las empresas para garantizar que sus economías, los empleos y las inversiones que necesitan sus ciudadanos, no sufren.