¿Llegaremos a París?

¿Llegaremos a París? La respuesta parece estar cada vez más clara: si no sucede un milagro, no llegaremos. Alcanzar los objetivos del Acuerdo de París nunca ha sido una meta fácil. Pero es que, en 2018, y después de cuatro años de avances moderados, el ritmo de transición hacia una economía baja en carbono se ha ralentizado.

El año pasado, la intensidad de emisiones de carbón de la economía mundial se contrajo un 1,6%. Esto es menos de la mitad de lo que se redujo en 2015 -un 3,3%-, cuando cerca de 190 países se comprometieron con el Acuerdo. Nuestras estimaciones apuntan a que el ritmo medio de descarbonización necesario para cumplir con los compromisos nacionales de los países del G20, de aquí al 2030, debería ser del 3% anual.

Son datos de nuestro último índice Global Bajo en Carbono –en inglés, Low Carbon Economy Index-, que elabora anualmente PwC y que recoge los avances y retrocesos de las mayores economías del mundo en la lucha por rebajar la intensidad de sus emisiones. Si hablamos del objetivo global de reducir el calentamiento mundial en dos grados en 2030, el desafío es todavía mayor: con una tasa de descarbonización del 7,5% anual tendríamos una probabilidad de dos tercios de alcanzar la meta de los -2ºC. Para hacernos una idea de lo que supone esto, veamos un par de ejemplos. En los años 80, cuando Francia acometió su apuesta por la energía nuclear, el ritmo de descarbonización de su economía fue del 4% al año. En EE.UU., más recientemente, la revolución del shale gas supuso una descarbonización del 3% anual.

¿Por qué crece el gap entre las emisiones y los objetivos del Acuerdo de París? En 2018, el Producto Interior Bruto a nivel mundial creció un 3,7%, lo que repercutió en un crecimiento del consumo energético global del 2,8%. A su vez, los motores de este crecimiento económico no son otros que economías emergentes como China, India e Indonesia, que experimentaron incrementos por encima del 5%. Estas economías están experimentando un proceso de industrialización acelerado, en el que se desarrollan sectores que hacen un uso intensivo de la energía, como el de la construcción y el del acero. Según los datos de la World Steel Association, la producción mundial de acero creció un 4,5% en 2018 -China e India acaparan el 75% de este crecimiento-.

Además, la falta de ambición y de políticas más coordinadas en el ámbito del cambio climático agravan los efectos de este incremento del consumo, ya que hacen que la economía se convierta en el factor determinante del mix energético. En EE.UU. el shale gas  es la fuente de energía más barata y algo parecido sucede con el carbón en India y en Indonesia.  Así, aunque el consumo de renovables aumentó un 7,2% -el mayor ritmo de crecimiento desde 2010-, todavía representa menos del 12% del consumo energético total. La mayor parte del crecimiento de la demanda energética se ha cubierto con combustibles fósiles, que han provocado un incremento de las emisiones del 2%, el más alto desde 2011.

Y para terminar de desatar la tormenta perfecta, el calor extremo y las olas de frío que tuvieron lugar en el mundo a lo largo del año pasado han empujado la demanda de gas y de electricidad para calefacciones y aires acondicionados. Estos patrones climatológicos tan extremos, son a su vez, una clara advertencia los efectos potenciales asociados al cambio climático. En la actualidad, hay más de 1.600 millones de aparatos de aire acondicionado en uso, que consumen en torno a los 2.000 TWh de electricidad al año. En la medida en que los periodos de calor se vayan dando más frecuentemente y el calentamiento global aumente, la demanda de aire acondicionado, especialmente en China, India e Indonesia, podría provocar que este consumo se dispare hasta los 15.500 TWh en 2050.

¿Y España? En 2018, nuestro país disminuyó la intensidad de emisiones de su economía un 4,1%, lo que nos convierte en el cuarto país que más la redujo en relación con los países del G20. Por delante de nosotros, se encuentran Alemania, México y Francia, mientras que la media mundial se sitúa muy por debajo, en el 1,6%. Eso sí, estas cifras se han visto favorecidas por las condiciones climatológicas, ya que han hecho que, en 2018, haya sido posible emplear un 87% más de energía de origen hidráulico y un 3% más de eólica, reduciendo así, en un 17%, la energía procedente de carbón.

A pesar de la mejora, estamos lejos de nuestro objetivo de reducción de emisiones para el 2030 y no podemos sentirnos satisfechos de que las emisiones se reduzcan fundamentalmente porque las condiciones climatológicas acompañen. Tenemos, por tanto, el gran reto de conseguir tasas de descarbonización en situaciones climatológicas adversas, actuando no solo sobre el sector energético, sino también sobre otros como el transporte, el residencial o el agrícola, entre otros.

Con compromisos públicos como el Acuerdo de París en el aire, con la recién aprobada Declaración de Estado de Emergencia Climática en España, y tras la Cumbre contra el Cambio Climático de Naciones Unidas que se ha celebrado en estos días, estos resultados deberían ser otra llamada más de atención. La descarbonización global se ha estancado. La velocidad de transformación que requerimos en los modelos de negocio y la economía no se está consiguiendo. De nuestro lado tenemos el hecho de ser la primera generación en conocer el problema real al que nos enfrentamos, la existencia de soluciones tecnológicas, la presencia de muchos líderes empresariales que quieren liderar el cambio y el hecho de contar con inversores cada vez más concienciados y dispuestos a financiar el mismo.

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