La cuestión está sobre la mesa. Recientes estudios y trabajos, como el muy comentado informe Draghi, coinciden en señalar la falta de vigor de la economía europea y su pérdida de competitividad frente a otras regiones y países, como es el caso de Estados Unidos. La baja productividad y la escasez de inversión, entre otros factores, explicarían el letargo en el que se encuentra sumida la actividad económica de la Unión Europea en lo que va de siglo. Esta situación podría complicarse y alargarse en el tiempo si llegasen a implementarse las políticas arancelarias que la administración Trump ha anunciado durante el primer trimestre del año.
En este escenario de fragilidad de la economía europea, la banca debe ser parte de la solución y jugar un papel determinante como motor de la recuperación. Su función como canalizadora de la inversión productiva, en especial de la dirigida a I+D+i, es fundamental para impulsar la productividad y la competitividad de la economía.
La pregunta que se plantea, y que está en el origen y en el trasfondo de este informe, sería la siguiente: ¿Es el actual modelo de regulación y de supervisión bancaria en Europa el adecuado para afrontar los actuales retos del sector y de la economía europea en su conjunto? Para intentar aportar y enriquecer este debate, en PwC hemos elaborado el informe ‘Regulación y supervisión bancaria: hacia la simplificación‘. Te contamos, a continuación, algunas de sus conclusiones.
Un marco regulatorio marcado por la crisis financiera de 2008
El actual marco regulatorio y supervisor nace de la crisis financiera que estalló en 2008. La crisis desnudó las deficiencias del sistema anterior, y las autoridades europeas y mundiales reaccionaron para construir un nuevo modelo, más sólido, que ha venido funcionando con notable eficacia desde entonces. La creación de la Unión Bancaria, que se puso en marcha en 2014, ha impulsado la existencia de entidades financieras más resistentes. Tiene todavía retos no resueltos (fundamentalmente, la creación de un fondo común de garantía de depósitos, el llamado tercer pilar de la Unión Bancaria), pero esas carencias no pueden ocultar que durante la última década el sistema bancario ha progresado mucho en términos de saneamiento del balance, solvencia, liquidez, gobernanza y gestión del riesgo. Su fortaleza se puso de relieve durante la pandemia de 2020, cuando la coordinación de bancos, reguladores y supervisores permitió parar el golpe brutal en la economía, y también con ocasión de las tensiones económicas provocadas por los posteriores cuellos de botella o de la inflación como consecuencia de la guerra en Ucrania.
Sin embargo, frente a estos antecedentes muy positivos, hay crecientes evidencias de que el actual modelo ha empezado a agotarse. El capital, como principal herramienta de prevención y control, ignora que el espectro de riesgos de los bancos ha evolucionado. Los riesgos financieros, como el de crédito, que están cubiertos directamente por el capital, no son en la actualidad la principal amenaza para la estabilidad bancaria. En los últimos años, los bancos que han colapsado lo han hecho por problemas de liquidez o de blanqueo de dinero, frente a los cuales los colchones de capital son inútiles. Otros riesgos no tradicionales, como el medioambiental, el tecnológico o el “cíberriesgo”, que tampoco deberían ser cubiertos con capital, quitan el sueño a los gestores bancarios tanto o más que, por ejemplo, el riesgo de crédito.
El antídoto del capital ya no sirve para todo
Frente a este repertorio de riesgos (nuevos, emergentes o ambos), la principal arma de reguladores y supervisores no ha cambiado; sigue siendo el viejo remedio del capital. Y, paradójicamente, su munición es cada vez de mayor calibre. La presión ejercida por los supervisores a través de los requerimientos de capital, principalmente por el uso generalizado del P2R (el requerimiento del Pilar 2 del Proceso de Revisión y Evaluación Supervisora, o SREP, en inglés) y por la activación de las herramientas macro prudenciales, se ha endurecido de forma casi ininterrumpida durante los últimos años. Si tomamos como referencia la situación previa a la crisis de 2008, las exigencias de capital titular (requerimiento de capital tradicional) y suplente (MREL/TLAC) se han más que triplicado. No deja de ser sorprendente esta evolución cuando la tasa de morosidad de la banca europea, que es un indicador fundamental del riesgo de crédito, ha caído espectacularmente en la última década. Los requerimientos de capital totales han seguido subiendo incluso en los dos últimos ejercicios, en los que las entidades han mejorado significativamente sus resultados, han fortalecido sus balances tras la subida de los tipos de interés y han reforzado sus marcos de gobernanza.
Otro problema que se ha detectado es la profusión de reglas y desarrollos normativos (en algunos casos desbordando arbitrariamente lo que marca la legislación básica), que inundan los departamentos de Cumplimiento de las entidades, con el consiguiente desgaste de recursos humanos y económicos. La complejidad del cuerpo normativo, a la que contribuyen, entre otros, las autoridades europeas (reguladoras y supervisoras), complica la gestión de las entidades de crédito y es una de las causas de la falta de alineación del marco regulador y supervisor de las entidades financieras europeas con el de otras jurisdicciones, en especial la de Estados Unidos, donde se ha iniciado recientemente un proceso de desregulación en el sector financiero, que podría ensanchar la desventaja competitiva de los bancos europeos en este ámbito.
Ideas para reformar un modelo agotado
Frente a os dos graves problemas (la inadecuación del capital para abordar los riesgos emergentes y la pesada carga regulatoria), cabe la posibilidad de desarrollar un conjunto de medidas, necesarias y posibles, que se pueden sintetizar así:
- Aunque el requerimiento de capital se mantenga específico para cada entidad, se podría anunciar al mercado el fin de los requerimientos de capital crecientes mientras perdure la situación actual, lo que ayudaría decisivamente a que los bancos recuperaran con firmeza su cotización en bolsa. Mientras siga creciendo la solvencia percibida por el supervisor (requerimientos de capital), la solvencia percibida por el mercado (precio sobre valor en libros) no se recuperará. Los bancos deberían cotizar por encima de su valor contable, como en Estados Unidos, para evitar un foco de inestabilidad. La cotización en bolsa es también una variable que influye en la capacidad de las instituciones de crédito para atraer capital y, por lo tanto, condiciona su estabilidad y su sostenibilidad a largo plazo.
- Cambiar el foco del modelo supervisor para sustituir la presión sobre el capital por medidas de carácter cualitativo, más apropiadas para dar respuesta a riesgos como los de resiliencia operativa, medioambientales, de liquidez o de blanqueo de capitales, tal y como anticipa el informe de expertos encargado por el MUS. En ese sentido, sería deseable profundizar en la metodología del SREP de manera que el nuevo modelo en el que está trabajando el supervisor europeo no sea inflacionista en términos de requerimientos de capital, para evitar que produzca un solapamiento entre el enfoque holístico y la metodología risk by risk. Asimismo, debería ampliarse el catálogo y la eficacia de las medidas cualitativas enfocadas a dar cobertura a los riesgos específicos no tradicionales. De cualquier modo, el mayor peso de las medidas cualitativas en los procesos de supervisión no debería conducir ni a la extralimitación ni a una inflación de expectativas.
- Simplificar y hacer más eficiente el marco normativo, tanto en materia de regulación como de supervisión. El principio filosófico de la navaja de Ockham, que aconseja desprenderse de lo superfluo y elegir la solución más sencilla a la hora de resolver un problema, podría servir de inspiración. En cuestiones regulatorias, las normas de nivel 2 y 3 no deberían endurecer per se el contenido de las de nivel 1. En todo caso, la simplificación de los niveles 2 y 3 habría de evitar una mayor discrecionalidad. supervisora que impactase en la armonización y homogeneización de los criterios supervisores. En materia de supervisión, medidas concretas para agilizar los procedimientos serían racionalizar las obligaciones de información; coordinar mejor los trabajos de los equipos conjuntos de supervisión y de las inspecciones in situ para impedir duplicidades; evitar imponer soluciones estandarizadas para resolver problemas específicos de las entidades y respetar la autonomía de los bancos en la solución de sus problemas, así como mejorar la transparencia en la comunicación de los supervisores. En la misma línea, sería conveniente facilitar las operaciones de titulización, tal y como han anunciado las autoridades reguladoras y supervisoras, que han iniciado un proyecto piloto para hacer el proceso de autorización más rápido.
- Otra posible solución, de carácter más conceptual, sería ampliar el rango de objetivos, a semejanza de lo que ha hecho el Reino Unido. Desde 2023, el supervisor británico ha adoptado como objetivo secundario de su política la competitividad y el crecimiento económico. Esa formulación permitiría reorientar el marco regulador y supervisor, hasta ahora concentrado casi en exclusiva en la estabilidad financiera, y abrir la puerta a nuevas sensibilidades o preocupaciones, adaptándolo a la realidad del sector y a las necesidades de la actividad económica. No sería una reforma extemporánea, teniendo en cuenta que uno de los objetivos del Banco Central Europeo (BCE) es apoyar las políticas económicas de la Unión Europea para contribuir a la consecución de los objetivos de ésta, como pueden ser la mejora de la competitividad y de la productividad.
En resumen, la actual situación del marco regulatorio y supervisor europeo requiere una llamada a la acción. Los excesos del capital centrismo y la jungla normativa en la que están atrapados los bancos, restringen su capacidad para competir a nivel internacional y, lo que es todavía más importante, les impide financiar adecuadamente las actividades productivas, en un nuevo contexto macroeconómico y geopolítico extremadamente exigente, que son en definitiva la palanca sobre la que ha de apoyarse el crecimiento de la economía europea. Frente a esa realidad tangible, no podemos quedarnos quietos.