La Teoría del Cisne Negro, acuñada por Nassim Nicholas Taleb , hace referencia a aquellos eventos que son inesperados y de gran magnitud, considerados atípicos extremos, y con un gran impacto en el devenir de la historia y la sociedad. Partiendo de dicha teoría, nuestro informe España en el mundo 2033, que elaboramos junto con Esade hace un año y en el que analizábamos la situación geopolítica de España en 2033, incluía una serie de posibles “cisnes negros”, algunos de los cuales han vuelto a cobrar actualidad recientemente y cuya lectura se antoja ahora interesante.
¿Y si se produce un drástico repliegue estadounidense?
Esta hipótesis contempla un repliegue de EEUU como garante de la seguridad en Asia-Pacífico y Oriente Medio, como consecuencia de una mayor independencia energética. Washington pasaría a ocuparse de sus problemas institucionales y financieros domésticos.
El Tea Party e incluso un sector demócrata abogan ya hoy en día por minimizar la acción fuera de sus fronteras, mientras la opinión pública es cada vez más reacia a aceptar los costes humanos y presupuestarios que esta implica. Según datos del Centro de Investigación Pew, un 83% de los estadounidenses consideraba en 2013 que Obama debe concentrarse en la política interna, mientras un 6% se inclinaba por los asuntos internacionales. Es de esperar una lenta reducción de su presupuesto militar, aunque los nuevos avances, como los aviones no tripulados y la vigilancia digital pueden suplir esta rebaja. Al mismo tiempo, EEUU podría acrecentar su influencia a través de nuevos tratados de comercio. Un hipotético retorno al aislacionismo podría azuzar las rivalidades entre las principales potencias regionales por el liderazgo en su área de influencia. Por ello, la capacidad estadounidense para colaborar con nuevos socios será clave para la configuración mundial en 2033.
¿Y si se colapsa China?
En esta hipótesis, Beijing se enfrenta a numerosos problemas: un mercado inmobiliario sobrevalorado, alta deuda local, sistema bancario opaco, envejecimiento demográfico, encarecimiento de la mano de obra, disputas territoriales, contaminación y dependencia energética crecientes, inseguridad alimentaria, corrupción y déficit institucional, ente otros. A falta de estadísticas oficiales fiables, y dada la incertidumbre que genera un sistema político no sometido a la prueba de una recesión económica, muchos analistas especulan con el colapso del gigante asiático. Un aterrizaje brusco de su economía afectaría gravemente a los exportadores de materias primas, dificultaría la financiación de EEUU y trastornaría la estabilidad mundial.
En realidad, un escenario también negativo, pero más probable sería que la economía china cayera en una trampa de renta media, es decir, se estancase al situar su renta per cápita entre los 5.000 y los 12.000 dólares anuales y fuese incapaz de ganar cuota en los mercados internacionales a través de mano de obra barata o de base tecnológica.
¿Y si se rompe la Eurozona?
La desintegración de la Eurozona podría desencadenar una suspensión de pagos generalizada y sumiría en el caos al sistema financiero mundial. Los miembros más débiles de la Eurozona verían desplomarse la cotización de sus monedas y dispararse la inflación y los costes de financiación. Mientras, las divisas de los miembros con calificación AAA se apreciarían, encareciendo las exportaciones de Alemania y reduciendo su tasa de crecimiento. El impacto sobre el sistema financiero global sería sistémico y, probablemente, llevaría a la economía mundial a una recesión prolongada. Finalmente, el mercado único europeo quedaría suspendido y la credibilidad de la UE, irremediablemente, minada.
¿Y si se produce un fallo tecnológico masivo?
Dada la complejidad del entorno tecnológico, un fallo masivo podría afectar a los sistemas de gestión de infraestructuras esenciales y causar accidentes de avión y/o tren o explosiones en plantas energéticas. En muchos ámbitos, el desarrollo de las redes informáticas ya va por delante de nuestra capacidad para gestionarlas, lo que puede dar lugar a problemas de gran calado. Por ejemplo, un error en la negociación automatizada de alta frecuencia en los mercados bursátiles podría originar pánicos financieros.
El avance tecnológico y el creciente peso de los agentes no estatales pueden hacer más vulnerables a los Estados a shocks asimétricos. Actores no estatales –y también estatales– con cada vez mayor acceso a tecnologías podrían propiciar fallos sistémicos a través del ciberterrorismo.
¿Y si Oriente Medio y el Norte de África se convierten en una región fallida?
Durante los próximos veinte años, Oriente Medio y el Norte de África (MENA, en sus siglas en inglés) verán deshincharse la presión demográfica que influyó en la Primavera Árabe. El futuro de la región continuará plenamente ligado a la gestión de la rivalidad suní-chií y de la estabilidad de las incipientes transiciones hacia la democracia. En este contexto no es descartable una hipótesis de consecuencias catastróficas: la conversión en Estados fallidos de varios países de la región. Estados como Iraq, Siria, Libia o Líbano podrían dividirse en entidades menores, débiles e incapaces de ejercer el control de su territorio e irradiar potencial de conflicto a toda la zona. La incapacidad actual de Egipto, Argelia o Arabia Saudí para abrir un proceso de transición pacífico a la democracia, podría radicalizar a la oposición y causar una inestabilidad crónica. Algunos de estos Estados podrían convertirse en santuarios para terroristas con agendas globales, lo que incrementaría exponencialmente la relevancia política y militar del movimiento yihadista en el vecindario inmediato de España.
La posición de los países de la región como productores o países de tránsito de hidrocarburos podría provocar una escalada de los precios de la energía a semejanza de la crisis del petróleo de 1973, que desencadenaría un proceso inflacionario tanto en el mundo desarrollado como emergente y un freno al crecimiento inmediato.
En PwC | España en el mundo en 2033: Cuatro escenarios para actuar ahora