¿Pueden ser las infraestructuras la panacea que tire de la economía mundial?

Ocho años después de inicio de la crisis financiera, la economía mundial sigue enfrentándose al desafío del crecimiento. El Global Economy Watch correspondiente al mes de mayo -y que mensualmente elabora PwC-, prevé que en 2016 el PIB mundial aumente entre 2,5-3%. Una tasa similar a la del año pasado y que, por quinto año consecutivo, se sitúa por debajo de su crecimiento potencial. En el conjunto del G-7 se estima que la actividad crezca un 1,7% en 2016, con países como Japón -1,0%-, Italia -1,1%- o Francia -1,4%-, claramente por debajo de la media. Entre enero y marzo de 2016, la economía de la Eurozona aumentó un 0,6% respecto al último trimestre de 2015 y la de Estados Unidos lo hizo un 0,1%, por debajo de lo esperado. En este contexto inestable, la pregunta del millón de dólares es: ¿cómo podemos impulsar los niveles de crecimiento económico?

Existen distintas formas de hacerlo. Una de las más clásicas pasa por acelerar la inversión pública en infraestructuras, tal y como ha sugerido recientemente Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional. A corto plazo, la creación de nuevas infraestructuras o su renovación en el ámbito, por ejemplo, de los transportes y de la energía puede impulsar la demanda agregada –o sea, el gasto total que están dispuestos a hacer los agentes económicos- debido al aumento de la actividad y del empleo en el sector de la construcción. A largo plazo, la inversión en infraestructuras puede también empujar el crecimiento económico de un país en la medida que aumenta su capacidad productiva.

En Canadá, por ejemplo, hay estimaciones que apuntan a que por cada dólar adicional que se invierte en infraestructuras su PIB, a largo plazo, aumenta entre 2,46 y 3,83 dólares.

Una mejora de las infraestructuras de transporte, por ejemplo, puede facilitar la movilidad entre los trabajadores y hacer el mercado laboral más eficiente y más productivo. En los países del G7 y del E7 existe una correlación clara entre la calidad de las infraestructuras y la productividad de la economía. En el caso de Canadá hay estimaciones que apuntan a que por cada dólar adicional que se invierte en infraestructuras, su PIB a largo plazo aumenta entre 2,46 y 3,83 dólares. Sin embargo, para que esto sea realmente así es imprescindible que estas inversiones no se hagan de cualquier manera.

La edición de mayo del Global Economic Watch señala cuatro puntos que hay que tener en cuenta a la hora de invertir:

  1. Asegurarse de que cada proyecto que pongamos en marcha responda a una necesidad actual o futura. Para hacer este análisis es importante utilizar técnicas y metodologías de proyección de demanda.
  2. Apostar por infraestructuras consistentes y coherentes con la agenda económica y política del gobierno de turno. Un buen ejemplo es la intención del Reino Unido de invertir 13.000 millones de libras en el Norte de Inglaterra y que encaja dentro de un programa más amplio del gobierno británico –conocido como el Northern Powerhouse- de impulsar la actividad económica en el norte del país.
  3. Que cada proyecto en el que se invierte sea viable desde el punto de vista financiero. Esto exige a los Gobiernos asegurarse de que cuentan con los fondos necesarios para financiarlos, algo que en la actualidad no parece que vaya a ser el mayor problema: la rentabilidad a largo plazo de los bonos del Estado en los países del G7 está por debajo de su media histórica. Para aquellos países, como Alemania o Canadá, con un endeudamiento menor y unas finanzas públicas saneadas, la alternativa de poner en marcha un programa de inversión en infraestructuras parece bastante razonable. Pero, incluso, en aquellos como el Reino Unido, con un importante déficit presupuestario, podría ser interesante priorizar la inversión en infraestructuras dentro del capítulo de gastos.
  4. Que las inversiones beneficien a la economía en su conjunto. Para ser capaces de hacer este análisis deben considerarse todos los impactos potenciales de cada proyecto, tanto a corto como a medio o largo plazo, así como aquellos que puedan producirse de forma directa e indirecta.
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