Hace algunas semanas, Angela Merkel señalaba que la pandemia del COVID-19 es la catástrofe más grave que ha vivido Europa desde la Segunda Guerra Mundial. No cabe duda de ello, pero ni siquiera es comparable. En realidad, lo que estamos viviendo –con un parón casi absoluto de la economía y una suspensión total de las relaciones sociales– resulta inédito en la historia contemporánea. Cuando superemos esta crisis, nada volverá a ser como antes. Eso es una realidad que hay que aceptar si se quiere afrontar con eficacia la vuelta a la normalidad, sea cuando sea.
Es verdad que el coronavirus va a cambiar el mundo, pero es cierto también que el mundo y los modelos sobre los que se sustentaba ya mostraban síntomas de agotamiento. Lo mencionaba en mi artículo ‘Recetas frente a la incertidumbre‘, publicado a finales de enero, sobre los resultados de nuestra última encuesta mundial de CEO.
Se veía venir un ajuste en un modelo que estaba exhausto y cuyos agentes estaban a la espera de cualquier noticia que lo dinamitase. El Covid-19 va a acelerarlo y lo va a hacer de manera más estructural
El modelo económico previo a esta crisis estaba ya en fase de agotamiento debido a una serie de factores:
- La evolución demográfica en Occidente hacía ya imposible poder mantener el Estado del Bienestar, representando las pensiones más del 20% del gasto público en un país como el nuestro, 5 puntos más que hace una década.
- Los endeudamientos exponenciales en muchos países alcanzaban niveles sobre el PIB del 235% en Japón, del 135% en Italia, del 104% en EEUU o del 96% en España; y se verán significativamente incrementados debido a esta crisis.
- La concentración del crecimiento en unas pocas economías y el poco potencial de Occidente, habiendo crecido el PIB mundial a ritmos muy bajos de forma inusualmente prolongada [New Normal].
- La desigualdad social. Aunque se ha reducido de manera importante, se mantienen retos relevantes para reducirla hasta los niveles de las naciones líderes.
- El deterioro medioambiental con, por ejemplo, más de diez millones de hectáreas quemadas en los últimos incendios de Australia. Y los enormes movimientos migratorios como consecuencia del cambio climático o de la pobreza, con cinco millones de inmigrantes accediendo a la OCDE cada año.
Todo ese malestar se manifiesta en movimientos populistas o en incongruencias económicas, como pagar por prestar dinero, con la mitad de la deuda soberana de la zona euro con interés negativo; una deuda que no ha parado de aumentar, o que algunas grandes compañías tuvieran una capitalización que no llegaba al 50% del valor en libros.
Se veía venir, pues, un ajuste en un modelo que estaba exhausto y cuyos agentes estaban a la espera de cualquier noticia que lo dinamitase. El COVID-19 va a acelerarlo y lo va a hacer de manera más estructural, mucho más profunda. El consenso económico dice que para España la caída del PIB estará entre el 7% y el 10%, el aumento del paro en torno a los 2,5 millones y que el déficit público superará el 12% del PIB. Eso es importante, pero no lo esencial en esta situación. La pandemia va mucho más allá: ha puesto en cuestión la práctica totalidad de los principios sobre los que habíamos edificado nuestra convivencia.
Hemos admitido con normalidad la restricción de nuestros derechos fundamentales, otorgando prioridad absoluta a la seguridad sobre la libertad. Hemos dado por buena la suspensión de la actividad de las instituciones democráticas representativas, y la asunción de todos los poderes por el Gobierno. Hemos comprobado la debilidad de una economía basada en el sector servicios y la necesidad de disponer de una mayor producción industrial, también en Europa. La importancia de disponer de un tejido industrial se verá reforzada. Hasta hemos considerado necesaria la paralización de las relaciones sociales, esenciales en nuestras vidas. Y qué decir de Europa; nos hemos dado cuenta, hoy más que nunca, de la importancia de una Europa fuerte y unida.
Enormes transformaciones
De estos cambios, los estructurales y los motivados por el confinamiento, se derivarán enormes transformaciones. El mundo que nos vamos a encontrar después va a ser completamente diferente, y creo que necesitaremos modelos empresariales, económicos y de Estado que respondan mejor a cinco cualidades:
– Resiliencia: Debemos dejar de pensar que las economías pueden crecer permanentemente en ciclos infinitos porque el mundo no lo absorbe. Es necesario tener preparados mecanismos de defensa para las crisis, modelos con más holguras, que consideren en sus escenarios sucesos imprevistos, como el cambio del momento económico, como un riesgo factible y, de hecho, probable. La prudencia, para la mayor resiliencia, será un valor.
– Tecnología: Los modelos productivos y de trabajo también serán distintos, el teletrabajo será una opción de flexibilidad que todas las empresas deberán facilitar, el comercio online crecerá mucho más rápido de lo estimado, porque muchos consumidores ya lo habrán probado y no volverán a ser compradores exclusivos del canal tradicional. La tecnología no será la eterna amenaza teórica; será una realidad.
– Eficiencia: De esta crisis saldrán mejor paradas todas aquellas economías y empresas con culturas que alineen el gasto con la generación de valor. Esta crisis, como otras, demostrará que ni las empresas ni las administraciones pueden asumir ineficiencias estructurales, porque éstas responden en realidad a crecimientos continuos que a veces, como en este caso, se rompen. La eficiencia será clave en los futuros modelos de gestión.
– “Calidad” y solidez financiera: Esta crisis ha roto multitud de cadenas de suministro, por la rotura de un eslabón por quiebra de un proveedor con insuficientes recursos para soportar el bache. La solidez financiera generará mayor confianza en una economía cada vez más desconfiada. Aquellos que demuestren sostenibilidad en su modelo económico y financiero, ganarán ventaja competitiva a futuro. La “calidad” de la marca, de la empresa, será el mayor activo.
– Compromiso social: En una crisis de la magnitud que estamos viviendo, las empresas –especialmente las menos afectadas o simplemente aquellas que cuentan con una mayor fortaleza– están siendo clave en la ayuda que la sociedad está requiriendo. En el futuro, el mundo otorgará un valor (sino una exigencia) a los gestores de nuestras grandes compañías que devuelvan a la sociedad parte de lo que han generado.
El mundo que nos vamos a encontrar va a ser absolutamente diferente. Es el momento de prepararse para el futuro. Comencemos a mentalizarnos para la vuelta a la normalidad. Debemos hacerlo demostrando fortaleza ya que los cambios son inevitables. Tenemos que reflexionar sobre cómo construir un futuro posible a largo plazo. Un mundo que no será en absoluto el que hemos conocido, pero que entre todos tenemos la obligación de hacerlo mejor.