El taller de Aniela Hoitink, en la ciudad holandesa de Amersfoort, no se parece en nada a un estudio de diseño de moda convencional. No hay máquinas de coser, reglas, telas, cortadoras, o mesas de corte y confección. En cambio, sí que hay un laboratorio con una incubadora, un microscopio, una báscula y, en una segunda habitación, una impresora 3D, además de otros utensilios que la propietaria no quiere revelar. NEFFA, la compañía cofundada por Hoitink, está a la vanguardia de la transformación tecnológica de la industria textil y de la moda. Con el respaldo de dos inversores y un socio fabricante –la empresa alemana de maquinaria para calzado Desma–, NEFFA tiene como objetivo pasar de una fase piloto a una de demostración este año, y a una escala industrial en 2024, produciendo tejidos respetuosos con el medio ambiente en un proceso que reduce los residuos en el proceso de corte y costura.
Pero la compañía no está sola. Según estimaciones de la Iniciativa de Innovación de Materiales, el mercado mayorista mundial de nuevos tejidos alcanzó los 980 millones de dólares en 2021, el doble del valor de mercado registrado el año anterior, y tendrá un valor aproximado de 2.200 millones de dólares en 2026. Esto supone solo el 3% de un mercado de materiales de 70.000 millones de dólares, pero es lo suficientemente grande como para atraer inversiones de marcas tan conocidas como Adidas, Puma, Hermès y Nike, así como de fabricantes de automóviles como General Motors, Mercedes-Benz y BMW.
La necesidad de reducir las emisiones en la industria de la moda está dando lugar a productos y colaboraciones inesperadas
A lo largo de los años, la industria textil ha experimentado numerosos cambios tecnológicos, comenzando por la introducción de la hiladora Jenny durante la revolución industrial. Más tarde, los materiales sintéticos derivados del petróleo revolucionaron los textiles en el periodo posguerra –hoy en día, el 60% de todos los tejidos son de poliéster–. Dicha innovación redujo los costes y aumentó la durabilidad, pero en la actualidad representa una fuente de emisiones no deseadas.
El gran desafío no solo consiste en encontrar nuevos materiales sostenibles que los consumidores acepten y que puedan fabricarse a gran escala. También es descubrir nuevas formas de reutilizarlos, un reto que requiere una reflexión sistemática sobre las ventajas e inconvenientes de la moda rápida y económica. La industria de la moda produce por sí sola casi el 20% de las aguas residuales del mundo y es responsable de entre el 2% y el 8% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, según la Organización de Naciones Unidas (ONU). Las fibras naturales, como el algodón y la lana, requieren grandes cantidades de tierra y agua; y las fibras sintéticas, como el nailon, se derivan del petróleo, el gas o el carbón en un proceso químico que consume mucha energía. Producir un par de pantalones vaqueros requiere unos 2.000 galones de agua, más que suficiente para suministrar a una persona ocho vasos de agua potable al día durante diez años. Si no se hace nada, la industria de la moda representará más de una cuarta parte de la huella de carbono del mundo en 2050.
Bienvenidos sean los biomateriales
La solución está en desarrollar materiales sostenibles y biodegradables que demanden menos insumos para su producción. La lista de biomateriales comercializados o en fase de desarrollo es larga e incluye materiales que van desde el cáctus y las algas marinas hasta la piña, el corcho y las flores. Pero muchos fabricantes se están centrando en las setas. En NEFFA, el micelio, la capa inferior de los hongos, se cultiva con una mezcla de agua, azúcar y minerales para crear una pasta que luego se moldea sobre un prototipo tridimensional elaborado a partir de un escáner corporal enviado por un cliente a través de una app. ¿El resultado? Una prenda sin costuras, hecha a medida, que se ajusta bien y apenas daña el medioambiente. “Esto lo cambia todo. Fabricar un zapato de cuero o de piel sintética requiere docenas de pasos. Nosotros lo hacemos en dos pasos y casi sin huella de carbono”, dice Aniela Hoitink.
Bolt Threads, una empresa de biotecnología con sede en Emeryville, California, formó un consorcio en octubre de 2020 con cuatro conocidas marcas de moda -Adidas, Kering, Lululemon y Stella McCartney- para comercializar su tejido de micelio, Mylo. La colaboración ha dado como fruto una alfombrilla de yoga, un bolso y unas zapatillas de Adidas (que no están a la venta). Desde entonces, la marca de moda danesa Ganni y la japonesa Tsuchiya Kaban han lanzado ediciones limitadas de carteras y bolsos Mylo. El bolso Mylo, de unos 3.500 dólares, es similar al de cualquier marca de lujo confeccionado con materiales convencionales.
Las marcas están probando, creando prototipos y valorando qué puede introducirse en sus cadenas de suministro. “La escala e innovación continua son nuestra mayor prioridad ahora mismo para llevar Mylo a más consumidores”, afirma Dan Widmaier, CEO de Bolt Threads.
Una empresa cercana a Bolt Threads en Emeryville, Mycoworks, recaudó 125 millones de dólares en 2021 y en agosto emprendió la construcción de una nueva planta de producción a gran escala en Carolina del Sur, que permitirá alcanzar una fabricación inicial de varios millones de metros cuadrados al año de Reishi, su producto estrella a base de micelio. Además, Mycoworks tiene contratos con varias marcas de lujo, entre ellas Hermès.
No se trata sólo de los nuevos materiales, sino también del proceso para fabricarlos. Faber Futures, una empresa de Reino Unido, TextileLab y Kukka, de Holanda, están utilizando bacterias de pigmentación natural para crear tintes sin productos químicos. Otras compañías están apostando por la bioingeniería para alterar la textura, la estructura e incluso el color de los tejidos mediante la manipulación del ADN de las células de microorganismos. Recientemente, Bolt Threads se asoció con Ginkgo Bioworks, que proporciona un conjunto de herramientas básicas para programar células, con el fin de abaratar los costes de producción.
Reutilizable y reciclable
Ahora bien, no todos los biomateriales son forzosamente buenos para el medio ambiente. Por ejemplo, si se tienen que cultivar y cosechar grandes cantidades de cactus, corcho u otras plantas sólo para fabricar ropa, la huella de carbono puede llegar a ser considerable. Una solución es utilizar residuos o subproductos en lugar de cultivos. Por ejemplo, Vegea, con sede en Milán, fabrica cuero ecológico a partir de orujos de uva (los restos de la elaboración del vino). La marca ha fabricado zapatos, cinturones y carteras para Calvin Klein, bolsos para Tommy Hilfiger y productos para otras grandes marcas de moda.
“Todo el vino que has estado bebiendo durante el confinamiento se ha convertido en un bolso”, dijo Stella McCartney, que ha trabajado con varios biomateriales, en el Centro Pompidou de París en 2022, durante la presentación de su colección de otoño. Mientras tanto, marcas como Hugo Boss y Paul Smith han experimentado con Piñatex, un cuero ecológico fabricado principalmente con excedentes de hojas de piña.
El uso de residuos o desechos incide en una cuestión más amplia: el reciclaje. Según Alexander Bismarck, catedrático en Química de Materiales de la Universidad de Viena, para que la industria de la moda sea más sostenible no sólo deben intervenir los fabricantes, sino también el comportamiento de los consumidores. “Llevar un abrigo de poliéster durante seis años puede tener la misma huella de CO2 que llevar uno de fibras recicladas durante seis meses. Así que la cuestión está en cuánto tiempo estás dispuesto a usar tu ropa”, afirma.
Según la ONU, hoy en día el consumidor medio compra un 60% más de ropa que hace 15 años, y utiliza cada prenda sólo la mitad del tiempo. Esto implica que desechamos más ropa de la que necesitamos, como demuestran las montañas de prendas de segunda mano que se acumulan en las playas africanas. Según un estudio, los consumidores del Reino Unido sólo conservan su ropa un promedio de 2,2 años. Otros datos muestran que las prendas se tiran después de haber sido usadas sólo siete veces. Según un documento estratégico de la Comisión Europea sobre textiles sostenibles, cada segundo se deposita en vertederos o se incinera un camión cargado de productos textiles en todo el mundo. El documento prevé que el consumo de ropa y calzado aumentará un 63% de aquí a 2030, lo que convierte el reciclaje en una necesidad más urgente que nunca.
En los últimos años, los avances tecnológicos han hecho posible reciclar el algodón para algo más que trapos. Simco Spinning & Textiles Ltd. recoge los desechos de los fabricantes de ropa, los tritura y los convierte en su hilo Cyclo. Este hilo se mezcla con otras fibras, como poliéster reciclado, viscosa y acrílico, pero el producto final contiene al menos un 50% de algodón reciclado.
Algunas compañías han dado recientemente un paso más. Renewcell transforma residuos textiles, como vaqueros desgastados o restos de producción, en una pulpa que puede utilizarse para fabricar viscosa y otras fibras regeneradas que pueden servir de sustituto del algodón virgen. La empresa suiza HeiQ AeoniQ fabrica hilo a partir de distintas materias primas de celulosa y bacterias en un proceso que emite oxígeno y absorbe cinco toneladas de carbono por cada tonelada de hilo. Con la ayuda de inversores como Hugo Boss y Lycra Company, HeiQ AeoniQ opera en una planta piloto con una capacidad de 100 toneladas al año y planea una ‘gigafábrica’ para 2025.
Transparencia y veracidad
Los organismos reguladores también están presionando para que los fabricantes cumplan normas más estrictas. En marzo de 2022, la Unión Europea, uno de los mayores mercados textiles del mundo, con importaciones por valor de 80.000 millones de dólares, publicó un documento estratégico que propone requisitos vinculantes de durabilidad, reciclabilidad y contenido de fibras recicladas, así como la prohibición de destruir textiles no vendidos o devueltos. La Comisión Europea, que publicó el documento, también revisará las ecoetiquetas (etiquetas que describen el contenido respetuoso con el medio ambiente de una prenda) y el uso de polímeros plásticos en la ropa, y está estudiando introducir una etiqueta digital que explique el impacto ambiental de un artículo. Estas medidas fueron impulsadas por una investigación hecha pública en 2020 que revelaba que el 39% de las declaraciones de sostenibilidad de las empresas de los sectores textil, de la confección y del calzado podían ser falsas o engañosas.
Las empresas están tomando medidas. Adidas, por ejemplo, se propone reducir las emisiones de gases de efecto invernadero un 15% para 2025, un 30% para 2030 y alcanzar la neutralidad climática en todas sus operaciones para 2050. H&M anunció su compromiso de utilizar únicamente materiales reciclados o de origen sostenible para 2030, mientras que el objetivo de Patagonia es eliminar las fuentes de petróleo virgen de su cadena de suministro para 2025. Lo que estas empresas digan sobre su progreso para alcanzar estos objetivos puede que pronto tenga que ser asegurado de forma independiente e impreso en una etiqueta.
Lo que está claro es que el impulso para invertir en la producción de materiales sostenibles a gran escala continuará. Como dice Bismarck, “la biofabricación tiene un futuro brillante. Se están resolviendo los problemas. Es cuestión de tiempo y dinero”.