¿Debemos renunciar al progreso de la IA?

A la vista de la repercusión que la Inteligencia Artificial (IA) está teniendo en los medios, nadie diría que se trata de una tecnología que viene desarrollándose en las últimas décadas. La respuesta a este repentino protagonismo la encontramos en la reciente liberalización de ChatGPT, de GPT-4 y de otras tecnologías de IA generativa que han sido posibles gracias a las nuevas arquitecturas que brindan mayor capacidad de computación, así como a la actual capacidad de análisis de grandes volúmenes de datos.

Sin estos avances no hubiera sido posible el siguiente paso en la evolución de la IA, la llamada IA generativa. Su disponibilidad en abierto ha permitido que sea descubierta por el gran público, así como por un amplio número de empresas que hasta ahora se mantenían ajenas. Esta circunstancia ha desencadenado una euforia colectiva alrededor del que viene a ser el próximo game changer.

No es para menos, pues lo que hasta ahora había evolucionado con difusión y aplicación práctica limitada, se presenta ya como una realidad con gran poder, no sólo transformador sino incluso de disrupción. Con transformación nos referimos a innovaciones progresivas que no alteran las reglas del juego, mientras que en disrupción enmarcamos aquellas innovaciones que implican un cambio radical, exponencial y un nuevo paradigma. Eso es lo que nos trae la IA generativa: una forma inédita de interpretar el rol de las personas, elevando las expectativas en cuanto a lo que esperamos de ellas, delegando en las máquinas, y en concreto en la IA, el desempeño de determinadas tareas.

Son varias las facetas en las que la IA generativa despliega su capacidad: mejorando la productividad de los trabajadores, facilitando la toma de decisiones, enriqueciendo la experiencia de cliente, acelerando la innovación, dotando de agilidad a las empresas, potenciando la investigación científica y, en definitiva, mejorando nuestra forma de vida. No hay sector industrial que se escape a su alcance. La reducción del tiempo medio de llamada en un call center asistiendo al operador en tiempo real; la aceleración del desarrollo de código asumiendo parte de las funciones del ingeniero de software o dotar de inteligencia a una autopista interpretando las imágenes capturadas de la misma para tomar decisiones son algunas muestras de cómo se está poniendo en práctica por empresas de nuestro país.

Podríamos seguir enumerando ejemplos acerca del potencial de la IA. Ahora bien, merece la pena abordar el hecho de que, frente a aquellas voces que se entusiasman con el progreso, surgen otras que destacan los riesgos asociados al uso de esta nueva tecnología: destrucción de puestos de trabajo, ruptura de la protección de datos, uso no ético, pérdida de confidencialidad o sometimiento del ser humano a las máquinas, por citar algunos. No son pocos los expertos que han pedido pulsar el botón de pausa para frenar el despliegue de la IA por considerarla una amenaza para la humanidad. ¡El debate está abierto!

Los avances tecnológicos nos han acompañado a lo largo de la historia, con ejemplos tan característicos como la mecanización de la industria, el uso de la electricidad, la incorporación de maquinaria a las faenas agrarias o la introducción de los computadores en la empresa.

Dicho proceso siempre ha supuesto una mejora de nuestro entorno, incluso aunque hubiera riesgos implícitos y se redujeran las cargas de trabajo. La medicina nuclear salva infinidad de vidas. ¿Deberíamos renunciar a ella por el uso malintencionado que se puede dar a la tecnología nuclear? Los accidentes de tráfico causan más de 1,3 millones de muertes al año en el mundo, ¿hemos de renunciar a la movilidad por carretera? En Internet se producen un sinfín de ciberdelitos, ¿es ésta una razón suficiente para abandonar su uso? La biotecnología mejora nuestras esperanza y calidad de vida, ¿los debates éticos alrededor de la misma son justificación para detener su desarrollo?

Es cierto que hay riesgos asociados al uso de cualquier tecnología, pero no suelen estar vinculados a la naturaleza de ésta sino al mal uso que se realice de ella. Por lo tanto, el foco debemos ponerlo en el diseño de un marco de gobierno, ético y regulatorio de la IA; en la adecuada formación y recapacitación de los trabajadores; en la protección de la confidencialidad y en la sostenibilidad del entrenamiento de los modelos. No debemos detener artificialmente una de nuestras fuentes de prosperidad: el progreso científico y tecnológico.

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