¿Cómo será el mundo en 2050? Sin duda, la Inteligencia Artificial (IA) será, junto con el cambio climático, uno de los grandes temas que marcarán el futuro de la humanidad. Pero preguntémosle a la IA generativa, la protagonista de este artículo. ChatGPT, el chatbot de IA generativa de Open AI, responde: “Se espera que la IA y la automatización estén mucho más avanzadas, con robots y máquinas inteligentes desempeñando un papel significativo en el trabajo y la vida diaria”. Gemini, el bot conversacional de Google, dice: “La IA, la realidad virtual y la biotecnología seguirá avanzando a pasos agigantados, transformando la forma en que trabajamos, nos comunicamos y vivimos”. No hay que consultar a un bot para saber que, en apenas un cuarto de siglo, nuestra civilización será muy distinta. En este escenario, sería interesante preguntarse: ¿Qué rol debe jugar el sector privado? ¿Es la IA una prioridad estratégica para nuestras empresas? ¿Qué papel desempeñarán los líderes empresariales?
La primera idea que me gustaría transmitir es que no hay que tener miedo a la IA. Pese a los vaticinios más agoreros, que hablan de un apocalipsis tecnológico en el que robots nos quitarán nuestros puestos de trabajo, la generalización de esta tecnología disruptiva será un motor del crecimiento y una herramienta eficaz para luchar contra desafíos urgentes como el calentamiento global. Es cierto que el mercado laboral no lo reconoceremos en unos pocos años. Muchas profesiones tradicionales desaparecerán o tendrán un papel testimonial: los empleados de ensamblaje y de manufacturas serán sustituidos por robots, las personas encargadas de atención al cliente por chatbots y los administrativos por agentes virtuales, por poner algunos ejemplos. El futuro será de los ingenieros de robótica; los especialistas en energías renovables, sostenibilidad y ciberseguridad; los expertos en genética y medicina personalizada; los biotecnólogos; los nanotecnólogos y, por supuesto, de los filósofos, eticistas… de los que depende la construcción de una ética para este nuevo contexto.
De la mano de la IA, tenemos una gran oportunidad para solventar problemas endémicos de nuestra economía como la baja productividad, el desempleo, los bajos sueldos y la escasez de mano de obra cualificada. Es necesario hacer una pedagogía en positivo sobre el impacto de esta nueva tecnología disruptiva en las empresas y en nuestra sociedad. ¿Saben nuestros profesionales que los trabajadores que saben usar la IA tiene, de media, una prima salarial del 25% con respecto al resto de los empleados? ¿O que las ofertas de puestos de trabajo que requieren de este tipo de capacidades aumentan el triple de rápido que el resto? ¿Conocen nuestros empresarios que los sectores más expuestos a la IA casi quintuplican su productividad? Son algunas de las esperanzadoras conclusiones del último Barómetro Global de la IA sobre el empleo elaborado por PwC, que ha analizado más de medio millón de ofertas de trabajo en 15 países.
Pero la IA no solo ayudará a mejorar nuestra economía sino que también puede ser el arma definitiva que necesitamos para luchar contra el cambio climático, nuestro gran desafío como civilización. Recientemente PwC, de la mano de Microsoft y la Universidad de Oxford, ha elaborado el informe ‘La clave de la longevidad de las empresas‘, que ha entrevistado en profundidad a más de 50 altos ejecutivos. Los directivos describen cómo la IA ya les está ayudando a mejorar la eficiencia, reducir costes y crear fuentes de ingresos, todo ello cumpliendo escrupulosamente los objetivos de sostenibilidad. El informe pone algunos ejemplos muy esperanzadores, como el de una empresa que fabrica y gestiona turbinas eólicas, que está utilizando con éxito la IA para maximizar el rendimiento energético, analizando las condiciones del viento y aumentando la producción de energía. O el de un productor de acero, que ha logrado reducir el uso de energía un 10% gracias a la IA, lo que ha repercutido en su cuenta de resultados y en su impacto medioambiental.
Como decíamos, muchas predicciones apuntan a que en 2050 estaremos en medio de un apocalipsis tecnológico y climático. Sin embargo, creo sinceramente que la IA es la herramienta fundamental que nos puede ayudar a marcar la diferencia en estos tiempos de incertidumbre, permitiendo a las empresas que apuesten por esta tecnología convertir los datos de los que ya disponen en conocimiento y despegar. Algunos estudios mencionan que la IA ha multiplicado su velocidad de aprendizaje por 100 millones en los últimos 10 años. ¿Qué no podrá seguir haciendo en los próximos 25, si apenas ha comenzado su camino?
Si a los profesionales les toca adaptarse, a los empresarios también. La IA permitirá a los altos directivos tomar decisiones manejando grandes volúmenes de datos en tiempo real, les ayudará a centrarse en tareas mucho más creativas y estratégicas, y tendrán a su disposición herramientas de análisis predictivas que les permitirá analizar las últimas tendencias y oportunidades de futuro. La gestión del talento será más sencilla gracias a la IA, que puede evaluar habilidades, analizar el rendimiento y recomendar planes de desarrollo de carrera personalizados. Pero hay cosas que no podrán gestionar las máquinas: los ejecutivos tendrán que vigilar las “tripas” de los algoritmos de IA: supervisar que sean justos, que no tengan sesgos discriminatorios y que estén alineados con los valores de la empresa.
Los CEO de todo el mundo prevén que la IA tendrán un fuerte impacto en su cuenta de resultados. El 46% de los encuestados en nuestro Global CEO Survey afirma que esta tecnología aumentará la rentabilidad de sus compañías y el 41%, los ingresos. En esta misma línea, el 60% de los ejecutivos encuestados en la última Global Risk Survey de PwC cree que la IA es más una oportunidad que un riesgo. Nos toca convencer al otro 40% que, si no deciden incluir la IA en su estrategia, se quedarán atrás. Aunque suene exagerado, por algo Sundar Pichai, director ejecutivo de Google, ha llegado a decir que la IA es un avance más profundo que el descubrimiento del fuego o la invención de la electricidad.