A finales del año pasado y en medio de una gran expectación mediática, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, puso en marcha en Estados Unidos una reforma fiscal, que ha sido calificada como la más radical de los últimos 30 años. Su aprobación es una buena excusa para hablar de un tema que a menudo se pasa por alto en las empresas: la importancia de contar con la fiscalidad a la hora de tomar decisiones de negocio.
Y es que si hay dos cuestiones que siempre deberían estar en la agenda de una compañía son las reestructuraciones/reorganizaciones y los impuestos.
Prácticamente todos los procesos de reestructuración tienen importantes implicaciones fiscales para la compañías. Sin embargo, suele ser algo en lo que se piensa a toro pasado. Esto lleva a ineficiencias tributarias, o a perder la oportunidad de situar a la empresa en una mejor posición desde el punto de vista fiscal. En otras palabras, merma el resultado de una reestructuración -en el mejor de los casos-, y puede llegar a anularlo por completo -en el peor escenario-.
Strategy &, la consultora estratégica de PwC, en su libro ‘Fit for growth‘ sostiene que en todo proceso de reestructuración de una compañía sus directivos deben, en primer lugar, identificar claramente cuáles son sus capacidades diferenciales, que forman parte de su ventaja competitiva. Para, acto seguido, alinear su estructura de costes de acuerdo con esas capacidades, teniendo presente que no todos (los costes) son malos.
Veámoslo con dos ejemplos:
- Hace poco, una compañía multinacional fusionó todos los centros de IT, que tenía repartidos por el mundo, y los localizó en Estados Unidos. Pero resultó que los ahorros generados por la reducción de los costes de contratación se difuminaron con los impuestos que tuvieron que empezar a pagar como consecuencia del incremento de sus ingresos en Estados Unidos. Si la compañía hubiese analizado las implicaciones fiscales de la operación, probablemente, esto se habría llevado a cabo de otra forma.
- Otra empresa vendió una de sus fábricas porque ya no formaba parte de sus capacidades diferenciales y no le aportaba suficiente valor añadido. Sin embargo, para mantener intacta su cadena de suministro, la empresa firmó un contrato con el nuevo propietario, para que continuara fabricando sus productos. Si sus directivos hubieran analizado la operación desde una perspectiva fiscal, seguramente habrían actuado de otra manera. Por ejemplo, si el contrato con el nuevo dueño lo hubiera firmado otra entidad de la misma multinacional, ubicada en otro país, la carga fiscal sobre sus beneficios se podría haber reducido cerca de un 15%.
¿Cómo puede ser que no seamos capaces de hacer algo que, aparentemente, parece tan sencillo? La respuesta es absurdamente simple. Las personas que diseñan estas operaciones no suele estar en contacto con los expertos que dentro de la empresa tienen las capacidades para evaluar sus implicaciones fiscales.
Las implicaciones fiscales de una reestructuración son especialmente importantes si esta incluye cambios en su huella geográfica, su estructura legal o el flujo de bienes a través de jurisdicciones distintas
La solución es bastante obvia: garantizar que los directivos y los mandos intermedios de una empresa tengan una idea básica del papel que la fiscalidad puede jugar en cualquier reestructuración. De esta manera, incluso si no cuentan con las capacidades para optimizar la operación desde el punto de vista fiscal, al menos serán conscientes de que deben buscar asesoramiento con la suficiente antelación como para no perder ni tiempo -en el mejor de los casos- ni dinero -en el más realista.
Las implicaciones fiscales de una reestructuración son especialmente importantes si esta incluye cambios en su huella geográfica, su estructura legal o el flujo de bienes a través de jurisdicciones fiscales distintas.
Hasta ahora hemos analizado la necesidad de que las empresas tengan en cuenta los aspectos fiscales cuando realizan a cabo una reestructuración. Sin embargo, en ocasiones, los cambios en las legislaciones tributarias pueden ser tan relevantes para una empresa que la lleven a replantearse el cómo y el dónde de sus negocios. Del mismo modo que una empresa reacciona ante un aumento repentino del coste de la mano de obra o del precio de la energía, también puede hacerlo ante cambios de calado en la normativa tributaria.
Por terminar por donde empezamos, la reciente reforma fiscal de Estados Unidos es un buen ejemplo. En virtud de esta ley, los impuestos a las empresas se reducen del 35% al 21%. Además, la ley reduce los beneficios fiscales para aquellas multinacionales estadounidenses que posean activos en jurisdicciones extranjeras con cargas impositivas bajas. Tener un enfoque Fit for Growth puede cambiar su forma de pensar sobre cómo la fiscalidad y la estrategia pueden ir unidos.