Cuando Joni Mitchel cantaba: ‘No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes’, se lamentaba de la pavimentación de espacios verdes para construir aparcamientos. Hoy en día, muchas personas sienten nostalgia por algo que se ha desvanecido, con resultados devastadores: la sobrecapacidad de producción de la economía.
La economía mundial, actualmente inmersa en una fase de recuperación asimétrica, se está viendo perjudicada por la insuficiente capacidad de producción de una serie de bienes y servicios: los precios del gas natural en el Reino Unido, la dificultad de producción de chips para ordenadores, la falta de muelles para que los buques que transportan contenedores puedan descargar y la escasez de conductores de camiones para transportar los productos a almacenes y tiendas. En muchos casos, el aumento de la actividad económica tras los cierres provocados por la pandemia, simplemente, ha desbordado los sistemas productivos.
En las últimas décadas, la tecnología, las mejores prácticas y las últimas tendencias en gestión empresarial han conspirado para eliminar el exceso y sobrecapacidad de producción. La mentalidad Just in Time (JIT) se ha extendido desde las fábricas de piezas para los coches hasta invadirlo casi todo, gracias a los avances tecnológicos que permiten una actualización permanente de la demanda, tanto la prevista como la real. Además, los inversores y dueños del capital han insistido de forma clamorosa que las compañías cuenten con indicadores que reflejen la calidad de la gestión de los recursos de las empresas por parte de los directivos. De hecho, existe una presión real para monetizar todos los activos y desprenderse de aquellos que no producen un retorno inmediato.
La economía mundial está sufriendo una escasez de chips de ordenador, muebles, conductores de camiones, y mucho más
Como consecuencia, el exceso de capacidad se ha convertido en uno de los mantras más temidos para la alta dirección, al considerarse un enemigo de la eficiencia financiera. Los hoteles informan en tiempo real sobre sus niveles de ocupación y huyen de las habitaciones vacías. Los gestores hospitalarios serían poco menos que ridiculizados si acometieran la construcción de edificios adyacentes a sus centros sanitarios para prevenir un posible desbordamiento de la asistencia de pacientes. Y, en el mundo de los servicios profesionales, es muy habitual oír el concepto de tasa de utilización: el porcentaje del tiempo que se factura.
En algunos casos, por supuesto, sí que reconocemos la importancia de tener cierto exceso de capacidad, tanto material como humana. Las compañías eléctricas se aseguran de tener una capacidad de producción de energía superior a la que normalmente se necesita, en caso de cortes o sobrecargas. Muchos hogares, temerosos de una posible escasez derivada de un desastre, mantienen su propia forma de sobrecapacidad: comida, agua embotellada y generadores eléctricos. China, por ejemplo, cuenta con una provisión de carne de cerdo suficiente para garantizar el abastecimiento de su población de un alimento que consideran básico. Estados Unidos, por su parte, tiene una reserva estratégica de petróleo de miles de millones de barriles enterrados en Texas y Luisiana. Por último, Canadá mantiene un fondo de un producto considerado de gran valor en el país: el jarabe de arce.
Ahora bien, la realidad es que para muchas industrias, especialmente en el sector privado, los incentivos existentes están reñidos con la sobrecapacidad y con las reservas estratégicas. La construcción de plantas para la fabricación de chips para ordenadores es costosa, la industria es competitiva, y los competidores suelen subsistir con márgenes estrechos. Por lo tanto, a las empresas les resulta difícil invertir miles de millones de dólares en la construcción y el mantenimiento de fábricas de última generación que, quizás, dentro de unos pocos años queden obsoletas. Algo similar ocurre con el transporte marítimo. ¿Deberían los operadores portuarios adquirir terrenos costosos frente al mar para construir puertos adicionales que puedan hacer frente a los aumentos extraordinarios de actividad? ¿Debe una empresa de transporte encargar la fabricación de un amplio número de buques portacontenedores, que podría estar inactivo el 95% del tiempo para cubrirse contra los picos de demanda? La respuesta es no, al menos, si se quiere mantener a los inversores satisfechos.
En el caso de las compañías de servicios, que hacen un uso intensivo de su personal, resulta especialmente difícil mantener una sobrecapacidad para responder a picos de demanda. Ya sea una empresa de construcción, un restaurante o un banco, no pueden permitirse pagar a los empleados para que trabajen si no van a atender a los consumidores. De hecho, en las compañías en las que la mano de obra es su mayor coste, el impulso es el contrario. Cuando la demanda se evapora repentinamente, tienden a prescindir de los empleados. Como consecuencia, en lugar de esperar a que les llamen para volver a su puesto de trabajo, estos trabajadores se ven motivados a encontrar empleo en otro lugar. Esta es una de las razones por la cual los sectores más sensibles a los ciclos de fuerte crecimiento y recesión, como la construcción o la extracción de petróleo, tienen dificultades para contratar personal cuando la demanda se vuelve a recuperar.
Los acontecimientos de los últimos 18 meses han empujado a muchas personas a repensar los fundamentos sobre los que funcionan nuestros sistemas económicos. ¿Necesitamos acortar las cadenas de suministro globales para protegernos de las interrupciones? ¿Con qué rapidez deberíamos impulsar la descarbonización? ¿Deberían las empresas dejar de considerar la sobrecapacidad como algo negativo?