Con los neumáticos en el suelo

Pongámonos en situación: salimos de casa por la mañana, nos subimos al coche, le decimos adónde vamos y después de recorrer el trayecto más corto y con menos tráfico llegamos con total seguridad a nuestro trabajo después de haber desayunado en la parte de atrás, haber leído tranquilamente los periódicos y haber enviado unos cuantos correos electrónicos. Esta imagen idílica ha subyugado a muchos consumidores y también a los fabricantes de automóviles, que se están gastando auténticas fortunas en desarrollar el concepto del coche autónomo. ¿Es razonable esta efervescencia?

Los expertos de Strategy&, el negocio de consultoría estratégica de PwC, creen que no mucho. En un artículo publicado en la revista Strategy+business queda bien claro que el coche autónomo puede ser un proyecto fascinante y capaz de capturar la imaginación de millones de conductores hartos de ponerse al volante todos los días, pero tiene décadas por delante hasta llegar a ser una realidad tangible de mercado. Los problemas de seguridad (ahí está el accidente mortal de un Tesla semiautónomo en Ohio en julio pasado), de compatibilidad (con otros sistemas tecnológicos y con los conductores humanos), de precio, de cobertura de seguros e incluso los dilemas morales que plantea el uso de un vehículo autónomo están lejos de ser resueltos.

La presión para construir coches que contaminen menos y que gasten menos es quizá el mayor reto que tiene planteado el sector

El coche autónomo, es por tanto, en opinión de los autores del artículo, una distracción peligrosa para la industria mundial del automóvil, que tiene cosas más importantes en las que pensar antes de embarcarse en un proyecto tan remoto y que exige tanta inversión en conocimiento y en capital. ¿Cuáles son esos retos prioritarios que los fabricantes automovilísticos han de afrontar en el corto y el medio plazo? Los expertos enumeran los siguientes:

  • Las exigencias medioambientales. Es quizás el mayor reto que tiene planteado el sector. La presión es cada vez mayor para construir coches que contaminen menos y que gasten menos. Se calcula que en 2025 los automóviles de Estados Unidos tendrá que ser entre un 20% y un 65% más eficientes, en función de la empresa y de la regulación. Eso implica inversiones muy cuantiosas en tecnología.
  • El desarrollo de nuevos sistemas de propulsión y de digitalización. Los fabricantes están embarcados en una costosa espiral de producción de muchos tipos de motores (gasolina, gasóleo, híbridos, eléctricos enchufables, eléctricos de batería, de células de hidrógeno) difícil de mantener a medio plazo. Además, el apetito de los consumidores por los nuevos elementos de seguridad y experiencia digital (asistencia a la conducción, navegación, conectividad, etc.) les obliga también a invertir en esos sistemas.
  • La expansión a nuevos mercados. El desarrollo de la industria pasa inevitablemente por los países de las economías emergentes, que ofrecen un gran potencial de crecimiento. Pero no será fácil. La ampliación exige satisfacer las necesidades de los nuevos mercados (automóviles más baratos, más modelos, diferentes diseños, planes de marketing específicos y fabricación local), lo cual conlleva grandes esfuerzos en recursos.
  • Los cambios en la estructura de la industria. Todos los desafíos mencionados provocarán seguramente una sustancial reestructuración del sector a nivel mundial de aquí a 2025. Los masivos recursos necesarios para competir en el mercado obligarán a los fabricantes a especializarse en lo que realmente hacen bien, y el resultado probable de esa estrategia será una ruptura de los grandes conglomerados verticales y la segregación de grandes segmentos del sector.

La industria, pues, debe dejarse de aventuras, centrar sus objetivos y mantener los pies (o los neumáticos) en el suelo. El coche autónomo seguramente llegará, pero por mucho que algunos se empeñen no está a la vuelta de la esquina, y los fabricantes harían bien en no dejarse deslumbrar y en desplegar todas sus energías en los desafíos más inmediatos, que son los que van determinar la configuración del sector en un plazo de cinco a diez años. Los que no lo hagan se arriesgan a perecer en el intento.

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