El despliegue del 5G promete poner en la palma de la mano velocidades similares a la banda ancha fija. Pero esta realidad sólo será posible gracias a la combinación efectiva de tres factores: torres de telecomunicación, fibra óptica y centros de datos.
Para dar respuesta a estas nuevas necesidades, los operadores, que afrontan una situación difícil dada su elevada deuda y la erosión de tarifa, deben encontrar modelos de colaboración para compartir infraestructuras. A su vez, crecen las oportunidades para los operadores neutros, como Cellnex o Lyntia –antigua Ufinet.
Durante el 2018, se produjo una de las mayores transacciones del sector de las telecomunicaciones, que anticipó esta nueva realidad: la venta de Ufinet, que opera una red de fibra óptica de más 61.000 kilómetros en España y diversos países de Latinoamérica, por 2.100 millones de euros. Todo apunta a que, en los próximos meses, el interés por este tipo de infraestructuras seguirá creciendo, debido al consumo masivo y exponencial de información en todo tipo de dispositivos.
España, de acuerdo a la CNMC, alcanzó en 2019 una penetración de usuarios móviles del 115% y del 32% en el caso de la banda ancha fija, con casi 9 millones de hogares conectados con fibra óptica. Cisco estima que, en 2021, cada individuo contará con más de 7 dispositivos conectados a internet, que generarán un volumen de información equivalente a 690 millones de DVDs al mes. El Internet de las Cosas y otras aplicaciones de negocio –como las ciudades inteligentes y la telemedicina- aumentarán también el tráfico total de datos móviles.
La llegada del 5G, que Vodafone lanzó en 15 ciudades en junio de 2019, promete además ofrecer una experiencia similar a una conexión doméstica en la palma de la mano, con velocidades de descarga de hasta 1.000 Mbps −la oferta más habitual de fibra óptica doméstica en España es de 300/600 Mbps−. Sin embargo, el 5G trae consigo mayores necesidades de infraestructura. No solo para dar respuesta a sus tasas de transferencia, sino también para alcanzar su latencia −el tiempo medio que un paquete tarda en transmitirse entre emisor y receptor− inferior a 1 ms.
Estas nuevas necesidades incluyen un mayor número de antenas de telecomunicación, ya que la cobertura de la señal es menor por operar en bandas de frecuencia más altas −la red 5G de Vodafone opera en los 3,7 GHz, frente a los 1,8/2,6 GHz habituales de 4G−. Además, los requerimientos de baja latencia provocan que estas antenas deban estar próximas a centros de datos, para poder procesar más rápida la información que se transmite por ellas. Esto se denomina edge computing.
La demanda de conectividad y el 5G avivan el mercado de las infraestructuras de telecomunicaciones
Los operadores tradicionales, ya endeudados por el despliegue de fibra y las recientes subastas de las licencias 5G −que hasta el momento han generado unos 440 millones de euros en España−, no parecen encontrarse en la mejor posición para afrontar las inversiones de esta nueva generación móvil. No hay que olvidar, además, que tradicionalmente estos operadores no han logrado monetizar de forma efectiva el lanzamiento de una nueva red, más allá de limitar el consumo de datos. Como resultado, de 2014 a 2018, los operadores han experimentado una caída del 85% del precio por gigabyte. Una tendencia que continuará en los próximos años.
Para frenar esta caída en el lanzamiento de la quinta generación de redes, los operadores se están planteando nuevos modelos. Por ejemplo, Vodafone ha introducido nuevas tarifas, que no limitan los datos que se consumen, pero fijan la velocidad de descarga. Este enfoque permite a los usuarios personalizar la calidad del servicio, incrementando el precio a medida que se añaden funcionalidades: más velocidad de descarga, menor latencia, etc.
Para mitigar las inversiones del 5G, los operadores están llegando a acuerdos para compartir infraestructuras. Vodafone y Orange se encuentran ya en negociaciones, y Más Móvil −el cuarto operador en España (supera los 8 millones de clientes)− espera encontrar algún otro socio en el sector.
La alternativa a compartir infraestructuras son los operadores neutros, empresas que despliegan y arriendan infraestructura para que los operadores puedan prestar su servicio comercial. Cellnex, el gran operador neutro europeo, ha realizado recientemente una ampliación de capital de 1.200 millones de euros para crecer inorgánicamente en los tres pilares del 5G: torres de telecomunicación, fibra óptica y centros de computación.
Si se tiene en cuenta que en Europa los operadores tradicionales mantienen todavía el control del 50% de sus torres, la oportunidad está servida. Tanto Vodafone como Orange han anunciado ya su intención de crear filiales para aglutinar estos activos y ponerlos a la venta. Estas operaciones no sólo atraerán a Cellnex, sino también a fondos de inversión, que tienen la oportunidad de posicionarse en un mercado cuya demanda a partir de ahora sólo puede crecer.