En 2017, identificamos un conjunto de retos que el mundo debía afrontar de forma urgente. Y los estructuramos en torno a un marco de trabajo, al que pusimos nombre utilizando sus iniciales: ADAPT (por Asymmetry, Disruption, Age, Polarization, y Trust, que en castellano podemos traducir como Asimetría, Disrupción, Edad -o envejecimiento-, Polarización y Confianza). Desde entonces, hemos visto cómo este marco ha evolucionado y se ha analizado en distintos niveles: países, sectores, empresas e individuos.

Ahora, con el mundo centrado en hacer frente al COVID-19 y en hacerse con las nuevas formas de vivir y trabajar que han venido con la pandemia, nos preguntamos cómo va a impactar en las cuestiones de fondo que planteamos en ADAPT. Solo en un primer examen, queda claro que, ahora, es todavía más urgente abordar estos desafíos. Veámoslos, uno a uno.

Asimetría. La crisis desencadenada por el coronavirus hará que la distribución desigual de la riqueza se acelere. Veremos crecer la desigualdad entre países, amplificada por las decisiones que tomen sus dirigentes para gestionar la crisis. Las políticas que pongan en marcha situarán a los distintos territorios en situaciones muy desiguales cuando salgamos de la pandemia. Por ejemplo, será clave que los países presten apoyo financiero a las personas e instituciones más perjudicadas, y que lo hagan de forma eficaz. También tendrá impacto la duración de estas políticas. Dependiendo de cuánto duren, serán mayores o menores las repercusiones en la deuda pública y, por consiguiente, en otras cuestiones capitales para la recuperación a nivel nacional. Pero, por supuesto, también aumentará la desigualdad dentro de los países. Los problemas de empleo, el naufragio de pequeñas empresas y la recesión económica afectarán de manera desproporcionada a la base de la pirámide de la riqueza. Y es probable que esta gran destrucción de pequeñas y medianas empresas sea profunda, ya que el gasto disminuirá a medida que las personas se preocupen por asegurar sus ingresos y centren su economía en hacerse con los artículos de primera necesidad.

Disrupción. Claramente, el COVID-19 es una disrupción mayúscula. Pero es poco probable que sea la última. Además, el aumento de nuestra sensibilidad a este tipo de acontecimientos afectará a nuestra tolerancia al riesgo y nos obligará a reconsiderar cómo vivimos y trabajamos en un intento de estar mejor preparados cuando llegue el próximo shock. Por ejemplo, hará que volvamos a pensar cómo debe diseñar una empresa su cadena de suministro.

De hecho, hay otros posibles disrupciones que se van acercando mientras lidiamos con las consecuencias del COVID-19. Aunque la presión sobre el clima se reducirá durante un tiempo, mientras bajen los viajes y la contaminación, pero no está claro qué pasará después. Por un lado, la crisis económica que se avecina distraerá la atención de la gente. Las inversiones que se iban a destinar para luchar contra el calentamiento global podrían ser emplearse para cubrir otras necesidades más inmediatas. También se espera que la demanda de fuentes de energía alternativas disminuya, con los líderes gubernamentales y empresariales más centrados en el corto plazo. Por otro lado, la pandemia también puede generar una mayor conciencia social, que podría, a su vez, poner más presión en la meta de alcanzar cero emisiones. Lo que está claro es que los problemas acuciantes asociados al cambio climático no desaparecerán aunque dejemos de prestarles atención.

Con el COVID-19 es probable que la tecnología se haga aún más omnipresente, con todos lo bueno y lo malo que esto conlleva para los individuos y las empresas. El poder de las Big-Tech y otras organizaciones con modelos de negocio de plataforma crecerá. Con la cuarentena y el confinamiento estamos siendo obligados a vivir nuestras vidas casi, exclusivamente, a través de la tecnología -lo que también significa poder paliar el aislamiento conectándonos con amigos y familiares-. Aunque algunas de estas actividades son facilitadas por empresas más pequeñas, el verdadero poder está en manos de las principales plataformas tecnológicas. Es poco probable que después de la crisis volvamos a la vida como era antes. A medida que los empleados demuestran su capacidad de trabajar fuera de la oficina, con tanta eficiencia y compromiso como dentro de ella, no hay razón para que las empresas exijan un retorno a tiempo completo a un entorno de trabajo físico. Pero, a pesar de que la tecnología nos ofrece grandes ventajas para combatir el virus, las redes sociales están fragmentando y multiplicando los mensajes, creando confusión y, a veces, pánico.

Edad. La pandemia tendrá un efecto muy diferente en los distintos grupos de edad, y cambiarán el contexto y las perspectivas de vida de muchas personas. Por ejemplo, los grandes problemas que ya planteaba el mercado laboral en todo el mundo se verán amplificados en los países con una población más joven, ya que una economía deprimida generará menos puestos de trabajo y salarios más bajos para este creciente grupo de jóvenes. Las dificultades que atravesarán las pequeñas empresas reducirán drásticamente el número de opciones para quienes están empezando su vida laboral, por lo que se verán afectados de manera desproporcionada. En el extremo opuesto del espectro demográfico, es probable que los fondos de pensiones se vean disminuidos y, por lo tanto, algunas personas no podrán jubilarse o necesitarán más apoyo del que los modelos económicos ofrecen en la actualidad. Los desafíos que el envejecimiento de la población plantea tanto a los sectores como a los sistemas de salud se han acelerado, y ahora se encuentran en el centro de la crisis.

Polarización. El mundo comenzó a fracturarse muchos años antes de que se produjera esta pandemia. Pero este desacompasamiento es ahora aún más evidente, cuando la OMS, por ejemplo, tiene que luchar por que la escuchen. Existe la posibilidad de que, al salir de esta crisis, la humanidad salga unida al haber sufrido una experiencia compartida. Pero creemos que eso se verá a medio y largo plazo. A corto, las preocupaciones de la gente se agudizan y se centran en otras cuestiones. La respuesta psicológica a esto es difícil de predecir, pero por el lado económico está claro. Las multinacionales tendrán que aprender a operar en un mundo cada vez más localizado y el multilateralismo tendrá que reinventarse. Las limitaciones de los modelos just-in-time, que dependen de cadenas de suministro mundiales, se han hecho evidentes. Es probable que esto acelere los esfuerzos de localización que ya se estaban iniciando antes de la crisis. Teniendo en cuenta los daños económicos y sociales que la crisis ha causado a personas, empresas y sociedades, es probable que, en los próximos años, los países se concentren en aspectos internos, lo que aumentará el momentum de una fractura mundial profunda. La crisis pone de relieve la necesidad de una mayor cooperación mundial, pero es probable que el foco se ponga principalmente en cuestiones evidentes, como el seguimiento y la gestión de las enfermedades.

Confianza: El ejemplo de la OMS es también un indicativo de cómo la disminución de la confianza en las instituciones hace mucho daño en las crisis. La gente desconfía y, en algunos casos, llega a ignorar las recomendaciones de sus gobiernos. Aunque, curiosamente, la voz de los expertos bien recibida, a veces se yuxtapone al asesoramiento oficial, lo que está generando una situación que también implica desafíos. Y, a medida que los ciudadanos han visto cómo esta pandemia se desarrollaba, la forma en la que han respondido los líderes de todos los segmentos de la sociedad ha sido una oportunidad para restaurar su confianza -o para destruirla aún más. Los líderes que están gestionando bien esta crisis son conscientes de este déficit de confianza, y lo afrontan con una comunicación directa y transparente. Es muy posible que esta necesidad de transparencia continúe una vez que la crisis termine, ya que la gente la exigirá. Lo que ha quedado claro es que debemos repensar nuestra visión del liderazgo y la forma en que creamos a nuestros líderes.

En definitiva, antes del COVID-19 estaba claro que las presiones derivadas del marco ADAPT harían que, en 2025, estuviéramos en un mundo completamente distinto. Ahora, estos cambios, acelerados por la pandemia, pueden llegar antes de lo que esperábamos inicialmente. En un libro que publicaremos próximamente, ‘Ten Years to Midnight: Four Urgent Global Crises and Their Strategic Solutions‘, nuestro equipo predice que la humanidad tenía una década para afrontar estos grandes retos. Ahora parece que tendremos todavía menos tiempo.

El COVID-19 no será el último shock para el sistema. Si no abordamos de forma decidida las los auténticos desafíos, gestionando la crisis de hoy pero teniendo ADAPT en mente, el próximo choque podría ser mucho mayor.