El domingo, 31 de octubre, comienza en Glasgow (Reino Unido) la edición vigésimo sexta de la Conferencia de las Partes (en inglés, COP26), que un año más, tras el hueco de 2020 por la pandemia, reúne a representantes de casi 200 países para debatir sobre la crisis climática. La cumbre llega en un momento crucial en la batalla contra el cambio climático porque la mayoría de los especialistas creen que lo que se ha hecho hasta ahora no es suficiente para evitar el desastre.
El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) señala por ejemplo que a menos que las emisiones de gases de efecto invernadero se reduzcan de manera inmediata, rápida y a gran escala, limitar el calentamiento a cerca de 1,5ºC o incluso a 2ºC, que son las metas a largo plazo, será un objetivo inalcanzable. Las cosas, en efecto, no van nada bien.
Pero si alguno de los países que asisten a la cumbre de Glasgow tiene dudas sobre este particular, bien se podría leer el estudio de PwC Net Zero Economy Index 2021. Code Red To Go Green, que examina con todo lujo de detalles cuantitativos y cualitativos los progresos que están haciendo los países del G-20 para reducir las emisiones de CO2 y descarbonizar sus economías. El indicador principal que usa el estudio es la tasa de intensidad de carbono, es decir, la relación entre las emisiones de CO2 y el PIB. La gran mayoría de los países la redujeron en 2020, pero en unos niveles absolutamente insuficientes. Se podría decir que estamos descarbonizando la economía a paso de tortuga. Como se puede ver en la tabla adjunta, la caída media de la tasa fue del 2,5%, cuando los expertos calculan que la reducción debe ser del 8,1% anual si queremos que el aumento de la temperatura no pase de los 2ºC y del 12,9% si la meta es limitarlo a 1,5ºC. Medido así, necesitamos multiplicar el esfuerzo mundial de descarbonización por más de tres o por más de cinco para conseguir los objetivos.
La buena noticia es que España se sitúa entre los países con mejor comportamiento en 2020, con una caída del 7,9% en su tasa de intensidad de carbono, solo por detrás de México e Indonesia. En términos absolutos, España también aparece bien situada en la clasificación. En 2020, el país emitió 129 toneladas de CO2 por cada millón de dólares de PIB, menos de la mitad del promedio mundial y por debajo del europeo.
Concienciación creciente
El caso es que, tal y como explica el informe de PwC, hay una creciente concienciación a nivel internacional sobre la magnitud del problema. De hecho, en 2020 la movilización de los sectores público y privado ha sido grande y ya hay un número muy significativo de países (las dos terceras parte del PIB mundial) que se han comprometido a conseguir el objetivo de emisiones netas cero en 2050. Pero una cosa son los objetivos y otra bien distinta las acciones para conseguirlos, que es lo que está fallando.
Por eso, urge que la COP26 tome medidas para acelerar la batalla contra el cambio climático. Los países deben ser mucho más ambiciosos en la elaboración de sus respectivas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés), que se revisan cada cinco años y que reflejan el esfuerzo de cada uno de ellos para reducir las emisiones.
Más allá de esa necesidad imperiosa de reforzar el compromiso de todos los agentes económicos y sociales, la cumbre de Glasgow tiene que tratar otros aspectos que son clave para su éxito. Por ejemplo, debe resolver la controversia sobre la doble contabilidad climática, que pone en cuestión la efectividad del mercado de carbono. Actualmente, tanto el país comprador de créditos de carbono -el que emite más de lo debido-, como el vendedor -el que disminuye emisiones- pueden contabilizar las reducciones como propias, lo cual puede llegar a crear la ficción de que se reduce el doble de lo que realmente se hace. La cumbre también debe presionar para que los países desarrollados cumplan con su compromiso (la llamada justicia climática) de movilizar al menos 100.000 millones de dólares al año para financiar medidas en los países más perjudicados por el cambio climático.
En medio de la crisis energética
La cumbre de la COP cobra una especial relevancia porque se celebra cuando el mundo está inmerso en una crisis energética. Su profundidad y duración es difícil de predecir, pero sus consecuencias inmediatas son una mayor inflación y un menor crecimiento económico.
La principal razón de la crisis es el fuerte aumento de la demanda energética que acompaña la recuperación de la economía poscovid, pero hay muchos otros motivos (regulatorios, geopolíticos, de mercado), y entre ellos hay que reseñar que la transición entre energías fósiles y renovables no se está desarrollando de forma ordenada. Hace falta más inversión, tanto para conseguir los objetivos de descarbonización como para asegurar que durante el proceso de cambio no se producen desajustes entre oferta y demanda, como está ocurriendo ahora.
Ese debe ser también un motivo de reflexión para los líderes reunidos en Glasgow.