Hoy en día es bastante habitual escuchar en las reuniones de los consejos y de los máximos directivos de las empresas una mezcla de ansiedad y de entusiasmo respecto de las cuestiones medioambientales, sociales y de gobierno -ESG, por sus siglas en inglés-. “¿Qué riesgos tenemos?”, se preguntan los líderes empresariales (y los inversores) mientras aumenta la presión para que detallen los aspectos ESG de sus compañías. “¿Cómo los medimos y cómo lo gestionamos cuando no tenemos unos estándares a los que acudir? ¿En qué riesgos deberíamos centrarnos cuando la lista de amenazas potenciales es kilométrica?” Y, lo que es más importante -aquí es donde entra el entusiasmo-, “¿Qué oportunidades de negocio somos capaces de identificar para resolver problemas importantes y crear valor de forma diferente?”

Las respuestas a todas estas preguntas están relacionadas entre sí, al igual que las iniciativas que se desprenden de ellas: el rediseño del reporting, la reinvención estratégica y, en último término, la transformación total de la empresa.

Las palancas que están impulsando la ESG son bien conocidas. Los inversores, las entidades de crédito y las agencias de calificación, esperan una mayor visibilidad de un abanico cada vez mayor de métricas no financieras para entender mejor los riesgos medioambientales y sociales. Las iniciativas de los gobiernos para reducir las emisiones de carbón se traducen, cada vez más, en nuevas regulaciones y nuevos impuestos. Y todavía queda mucho por ver.

Los accionistas activistas, entre otros grupos de interés, están pidiendo a las empresas políticas de cero emisiones netas y un mayor vínculo entre los objetivos de sostenibilidad y sus paquetes retributivos. Los consumidores están concienciados socialmente y orientan sus decisiones de gasto hacia aquellas empresas que apuestan por revisar sus productos y su propósito y que, además, se comprometen con el empleo diverso e inclusivo. Y la pandemia ha generado un momentum especial para acelerar este cambio.

En este contexto, el nivel de madurez en aspectos de ESG varía mucho dependiendo de la empresa. Cuando en una reciente encuesta de PwC hemos analizado las respuestas de los directivos en función de su concienciación, de la prioridad, del compromiso personal y del potencial de negocio que consideran que tienen los criterios ESG, nos ha quedado claro que los ejecutivos de la mayoría de las empresas (casi tres cuartas partes) se encuentra todavía en una primera etapa de su recorrido.

Sin embargo, algunas compañías ya han empezado a reorientar sus negocios hacia un ecosistema de creación de valor alineado con las cuestiones medioambientales, sociales y de gobierno. Las empresas que tienen mejores calificaciones en los índices y rátings de ESG son también las que generan unas rentabilidades más sólidas a los inversores como, por ejemplo, la gestora de activos, Norges Bank, las tecnológicas Adobe, Salesforce y Microsoft, y las compañías de consumo, Procter & Gamble y Best Buy.

Sea cual sea el punto de partida de la ESG en tu empresa, su desarrollo resultará en cambios en todas las dimensiones de la compañía, incluyendo la toma de decisiones estratégicas y la puesta en marcha de nuevos caminos y reporting sobre los progresos y los resultados. Estas dimensiones no solo son interdependientes, sino que cada una de ellas se retroalimenta. Las empresas de todos los sectores -petróleo, gas, gran consumo, telecomunicaciones, industriales, turísticas, de servicios, etcétera-, trabajan para generar confianza y conseguir resultados de forma sostenida para sus grupos de interés. Y lo hacen siguiendo los siguientes imperativos:

  • Rediseñar el reporting. La llamada a la acción más inmediata, habitualmente, es una combinación de nuevas exigencias regulatorias, una mayor conciencia de los riesgos y la demanda de datos y de transparencia para que la dirección pueda informar sobre las cuestiones ESG. Todo está bajo el microscopio: desde las emisiones de carbono, a los temas raciales y de género, pasando por la sostenibilidad de las fuentes de energía. Inversores, gobiernos y el resto de grupos de interés están interesados en conocer si las empresas han identificado y están gestionando sus riesgos relacionados con la ESG. A medida que las empresas se replantean qué deben de hacer público, la información no financiera formal empieza a aumentar y a sustituir otros marcos no vinculantes.
  • Reinventa la estrategia. En algunos casos, rediseñar la información publicada será lo que lleve a las empresas a darse cuenta de que para adentrarse en nuevas métricas deberán replantearse cuestiones estratégicas básicas sobre dónde y cómo competir. En otros casos, las compañías apostarán por ser más agresivas a la hora de redefinir sus estrategias, situando las cuestiones ESG en el centro antes de ponerse cambiar sus políticas de reporting. Los equipos directivos están analizando nuevas opciones estratégicas en respuesta a las presiones externas, así como por el efecto de otros factores como las elevadas emisiones de carbono o la preocupación por la salud, la raza, el género, la inclusión y la desigualdad. Si las prioridades estratégicas de tu empresa te llevan a obtener unos resultados cada vez menos sostenibles, necesitarás una estrategia que aborde esta situación y que redefina, no sólo lo que hace la compañía sino cómo lo hace.
  • Transformar la empresa. Una compañía que empieza a dar a conocer un abanico amplio de parámetros no financieros se dará cuenta, rápidamente, de que necesita definir los objetivos que deben estar por encima de esos parámetros y, por tanto, impulsar el cambio y la transformación para llegar a alcanzarlos. De la misma manera, una empresa que haya tenido que redefinir sus prioridades estratégicas para asegurarse su sostenibilidad necesitará transformarse urgentemente si quiere cumplir con los nuevos objetivos estratégicos. En cualquier caso, las empresas tendrán que gestionar los resultados derivados de la ESG de forma activa, integrándolos en la estrategia, e informar de los avances y de los resultados de esa transformación.  La alta dirección tiene un papel clave a la hora de impulsar esta agenda de transformación, que no es independiente de los cambios provocados por la digitalización, sino que se basará en estos, redefiniendo su contexto (y su propósito).

Cada empresa se encuentra en una situación única, cómo única será la profundidad del cambio que necesite. Independientemente de las motivaciones -un ambicioso objetivo de emisiones que nos lleva a la reinvención estratégica; iniciativas para abandonar o reestructurar negocios que son insostenibles; ambiciosas prioridades de diversidad, equidad e inclusión (DEI); o la revisión de la cadena de suministro-, la agenda ESG resultante acabará por abarcar iniciativas de información, de estrategia y de transformación empresarial. Todo ello, se traduce en una nueva ecuación para las empresas en la que los comportamientos partirán de su propósito y de la confianza de saber que crean valor encontrando soluciones a los retos a los que se enfrenta la sociedad.