La inversión en investigación y desarrollo forma parte principal del debate económico. La mayoría de los partidos políticos incluyen en sus programas referencias positivas a la promoción de la I+D como garantía de innovación y mejora o transformación del modelo productivo. Menos detalles hay sobre cómo hay que desarrollar una política eficaz de innovación.

Una aproximación fácil al problema es proponer gastar más en I+D. Pero lo cierto es que eso no siempre funciona, al menos en lo que respecta a las empresas. El dinero es una condición necesaria pero no suficiente para conseguir ventajas competitivas. Tan importante o más que lo que se gasta es el proceso de innovación de la organización empresarial, es decir, su capacidad de análisis, creatividad y disciplina en la gestión. El cómo, y no tanto el cuánto, es lo que importa.

Un estudio reciente elaborado por Strategy&, la consultora estratégica de PwC, añade un elemento más al debate: también importa el dónde. El informe 2015 Global Innovation 1.000 pone de manifiesto que el gasto de las empresas en I+D es cada vez más global y que (lo que resulta aún más trascendental) invertir en innovación fuera del país es sinónimo de una mejor cuenta de resultados. Las compañías que destinan al menos el 60% de su inversión en I+D al extranjero obtienen un 30% adicional en su margen operativo y en su beneficio sobre activos, y un 20% en el caso del beneficio de explotación.

La tendencia de las empresas a localizar sus inversiones en I+D fuera de su mercado de origen tiene que ver, por supuesto, con el proceso de globalización económica, que les empuja a trasladar recursos allá donde están sus clientes y proveedores. Sin embargo, no es un proceso sencillo de ejecutar. Es imprescindible disponer de un modelo global de innovación que facilite una planificación integral de los proyectos y permita superar los muchos desafíos que inevitablemente se van a presentar: captar y retener a los profesionales adecuados, proteger la propiedad intelectual, superar las diferencias culturales, gestionar adecuadamente la inversión… De lo contrario, el dinero empleado puede acabar yendo al desagüe de los proyectos mal ejecutados, como por desgracia ocurre tantas veces en I+D.

¿Dónde están invirtiendo en innovación las empresas? No es una sorpresa que el gasto en I+D se está trasladando a Asia, que es ya la zona geográfica con mayor flujo en innovación. Por países, la inversión en China ha crecido mucho en la última década y es ya el segundo del mundo, solo por detrás de Estados Unidos. Europa está estancada (tampoco aquí hay sorpresa), con caídas en Reino Unido y Francia.

En cuanto a España, las referencias son agridulces. La evolución reciente es positiva. Las cifras de gasto en I+D de las empresas españolas incluidas en el ranking global han crecido notablemente en 2015, con un aumento en niveles absolutos del 19%, mientras que en términos relativos la intensidad de la inversión, es decir, el porcentaje sobre los ingresos, ha pasado del 1,3% al 1,7%. Sin embargo, la posición de las empresas españolas en el mapa mundial de la innovación sigue estando por debajo de lo que nos correspondería por tamaño y grado de desarrollo económico. Solo ocho compañías españolas (Telefónica, Amadeus, Indra, Grifols, Acciona, Iberdrola, Almirall y Repsol) aparecen entre las mil que más gastan en I+D, y su contribución a la inversión total es de un exiguo 0,5%. Telefónica ocupa la 94ª posición global (de hecho, es la tercera compañía de telecomunicaciones del mundo que más gasta en I+D) y encabeza con claridad la clasificación española, mientras que en porcentaje sobre los ingresos destacan Almirall, con un 12,8%, y Amadeus, con un 12,6%.

El estudio también nos ofrece una paradoja, que enlaza con la idea de que el dinero no lo es todo en innovación: hay notables diferencias entre la cifras reales de inversión de las empresas (en términos absolutos y relativos) y la percepción que tienen los expertos sobre cuáles son las compañías más innovadoras. Los ejemplos extremos son Volkswagen y Apple. El fabricante alemán de automóviles es el que más gasta (más de 15.000 millones de dólares) y tiene una intensidad relativamente alta (casi un 6% de sus ingresos) pero no aparece en la lista de las diez más innovadoras. En cambio, Apple gasta mucho menos (6.000 millones y un 3,3%) y está considerada la empresa más innovadora del mundo.

Son datos, todos ellos, que invitan a la reflexión. En el campo de la innovación no hay patrones ni reglas de mármol. No hay tampoco recetas uniformes ni simples que garanticen la efectividad de la inversión. Cada empresa debe articular su propio modelo de desarrollo y aplicarlo con consistencia y disciplina, combinando una inversión suficiente (aunque el dinero no lo sea todo, sin él tampoco hay nada), una selección de los proyectos alineada con la estrategia de negocio y con las necesidades de los clientes, y una distribución geográfica acorde con el nuevo orden económico mundial.