Como en todas las situaciones de crisis, cuando el déficit se dispara y la deuda pública crece y crece, se plantea a los políticos la cuestión de qué hacer con los impuestos: cómo resolver la difícil ecuación financiera de allegar ingresos para seguir pagando los gastos. No debe de ser sencillo, pues basta hojear la prensa para descubrir que las opiniones no coinciden. Unos piensan que hay que subir impuestos y, otros, defienden que es necesario bajarlos. Los hay que consideran que el recurso a la deuda es infinito e, incluso, quedan algunos que lo fían a la impresión de papel moneda. Rara vez un político se entrega con esmero al control del gasto, aunque en este punto los expertos sí suelen coincidir sobre sus ventajas, al menos en cuanto a su control, que no es necesariamente su reducción.
En la situación actual, la dificultad es aún mayor, pues el papel del BCE y de la UE se piensa que va a ser muy relevante -y lo está siendo-, pero no acaba de definirse. Si la ayuda de la UE es o no recuperable, o si se crea un sistema fiscal europeo, basado en impuestos especiales nuevos y añadido al actual sistema de recursos propios, son cuestiones decisivas. Desde luego, no parece razonable elaborar propuestas fiscales nacionales antes de conocer esas decisiones: se trataría solo de elaborar alternativas razonables, prever escenarios.
Suele coincidirse en que una estructura de tipos sencilla, similar a la de Alemania, funcionaría mejor y sería más eficiente en el terreno recaudatorio, aunque sus efectos fueran parcialmente regresivos
En este sentido, ha sido especialmente interesante la reflexión publicada por FEDEA (pdf), con el respaldo de universidades y grandes empresas, recomendando varias posibles reformas: exigir un recargo sobre el actual IRPF, subir el IVA, eliminar incentivos del Impuestos sobre Sociedades, suprimir regímenes especiales objetivos, armonizar e incrementar la fiscalidad verde, revisar la fiscalidad patrimonial y, en todo caso, insistir en la lucha contra el fraude. Este informe hace, desde luego, un ejercicio de realismo: es evidente que harán falta nuevos recursos para pagar, aunque sea en parte y a medio plazo, las consecuencias de la crisis que estamos viviendo. Cualquiera de estas decisiones habrá, además, de tener en consideración el esfuerzo del conjunto de las administraciones, cuyo gasto se ha disparado como consecuencia de la pandemia, fundamentalmente, el del Estado central y de las Comunidades Autónomas.
Conviene, en cualquier caso, que, incluso si se tratara de medidas transitorias, se den de la forma jurídica adecuada y contribuyendo a la mejora del conjunto del sistema fiscal. Esto evitaría tanto conflictos en los tribunales, de resultados a veces contrarios a los fines inicialmente pretendidos, como inútiles complejidades, solapamientos y contradicciones entre impuestos. Esto va, en particular, por las menciones que se hacen en relación con el IVA y, en general, a impuestos armonizados, donde la capacidad legal de los Estados miembros de la UE es muy limitada. Cabe subir los tipos y revisar regímenes especiales… y poco más.
Desde el punto de vista de la mejor técnica tributaria, suele coincidirse en que una estructura de tipos sencilla, similar a la de Alemania, funcionaría mejor y sería más eficiente en el terreno recaudatorio, aunque sus efectos fueran parcialmente regresivos. No podemos olvidar tampoco la complejidad territorial de nuestro sistema de fiscalidad indirecta, inusual en Europa y límite a su plena eficacia. Por todo ello, con un consumo interno deprimido y ante las dificultades que plantea el IVA, salvo que se adoptara la decisión de afrontar la completa actualización de la más vieja ley (entre las relevantes) de nuestro sistema fiscal, no parece que incrementarlo pueda ser la mejor decisión.
Que no se debe agobiar con impuestos excesivos a los ciudadanos se viene advirtiendo desde la Grecia clásica. Si desde entonces los sabios vienen aconsejando a los gobernantes que, como buenos pastores, no esquilmen a sus ovejas, ahora, que parece que el número de pastores está llegando a superar al de ovejas, todavía se hace más necesario un estricto control del gasto. Y si hay que subir impuestos, que sea de forma medida y con la técnica tributaria adecuada. Mejor convenir y conciliar que acabar en pleitos o multando.