La transición energética es una realidad imparable. La necesidad social, económica y medioambiental de avanzar hacia un modelo de producción bajo en carbono se ha visto acompañada por un desarrollo tecnológico que, en muchos ámbitos, ha convertido a las energías renovables en la alternativa más eficiente en costes, además de la más limpia.
Estamos ante una revolución económica e industrial capaz de atraer inversiones, producir ganancias de competitividad, aumentar la riqueza y generar empleo. Las cifras que se manejan son abrumadoras. La agencia internacional de renovables Irena estima que la inversión que hace falta a nivel mundial para asegurar la transición energética asciende a 130 billones de dólares (unos 110 billones de euros), es decir, cien veces el PIB de España. En términos anuales, la inversión necesaria para completar el proceso hasta 2050 debe casi triplicar el dinero invertido hasta ahora (ver gráfico). La Organización Internacional del Trabajo estima que la transición hacia una economía baja en carbono generará en Europa, solo en la próxima década, dos millones de trabajos netos, de los cuales entre 300.000 y 500.000 empleos se crearán en nuestro país.
No es de extrañar, por tanto, que la Unión Europea (UE) haya fijado la transición ecológica como uno de los tres pilares del Plan Europeo de Recuperación (también conocido como Next Generation), junto a la digitalización y la reindustrialización. Para más detalle, la Comisión Europea publicó el pasado septiembre una guía de recomendaciones a los países miembros en la que señaló tres ejes estratégicos dentro del pilar de la transición ecológica: desarrollo de energías renovables, rehabilitación y eficiencia energética, y movilidad sostenible. Como es lógico, el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, elaborado por el Gobierno español, va por ese mismo camino.
Tres ejes
Veamos cuál puede ser la valoración y el impacto en las empresas españolas y europeas de este marco de medidas y ejes estratégicos:
1. Desarrollo de energías renovables. Nos parece especialmente acertado que sea una de las prioridades. España cuenta con un enorme potencial en este ámbito, y situar a nuestras empresas como líderes en un sector de rápido crecimiento a nivel global es una gran oportunidad para nuestra economía. En este sentido, merecen mención especial dos aspectos en el planteamiento del Gobierno: el fomento de la integración de las energías renovables en todos los sectores productivos y la apuesta por los gases renovables (biometano e hidrógeno) como herramientas necesarias para avanzar en la descarbonización. La apuesta europea y española por los gases renovables supone un reconocimiento de que para la descarbonización hará falta combinar electrones renovables (electrificación) con moléculas renovables. En especial, el hidrógeno renovable se presenta como un nuevo vector energético de futuro. Según estimaciones de PwC, la demanda global de hidrógeno renovable se va a incrementar de forma espectacular en los próximos años, duplicando en 2030 los niveles actuales. Su desarrollo en España puede suponer hasta 2030 entre 10.000 y 15.000 millones de euros de inversiones, además de alrededor de 10 GW adicionales de potencia renovable para su producción. A la espera de las ayudas de la UE, las grandes empresas de los sectores energético, industrial y de transporte están planteando grandes proyectos bandera alrededor del hidrógeno que pueden producir un efecto tractor.
2. Rehabilitación y eficiencia energética. Entre un 60% y un 80% de las emisiones totales de CO2 se generan en los núcleos urbanos, sobre todo por los sectores de edificación y transporte. De sobras es conocido que España (y Europa en general) cuenta con un parque de viviendas muy antiguo, donde un 50% de las mismas se construyeron antes del año 1980. Además, se estima que el 90% del total de las viviendas de nuestro país están construidas con anterioridad a la aprobación del Código Técnico de la Edificación (CTE) de 2006, primera norma que introdujo medidas de sostenibilidad y eficiencia energética en la construcción de edificios. La apuesta de los fondos europeos por la rehabilitación y la eficiencia energética es, por tanto, acertada. En especial, si tenemos en cuenta su impacto positivo en el empleo y su carácter social, dado que beneficia, en buena medida, a los sectores más vulnerables. El gran desafío en este caso es disponer de mecanismos de distribución de los fondos lo suficientemente eficientes para poder canalizar el ingente volumen de ayuda previsto para esta materia en un posible mercado que está muy poco concentrado.
3. Movilidad sostenible. El fomento de la movilidad sostenible pasa por combinar de forma eficiente el incentivo al despliegue de infraestructura de suministro o recarga y el apoyo a la sustitución progresiva de la flota de vehículos para ir incorporando tecnologías más sostenibles. En cualquier caso, una estrategia global que quiera tener impacto y llegar a todos los usos del transporte debe considerar necesariamente todas las tecnologías disponibles, desde las más maduras hasta las más innovadoras.
En definitiva, los fondos europeos suponen una extraordinaria oportunidad para la recuperación económica y, en particular, para el cumplimiento de los objetivos de transición energética que nos hemos marcado como país. Ahora, son las empresas las que tienen que configurar proyectos singulares que integren a todos los agentes en la cadena de valor (incluida la propia Administración, con modelos de colaboración público-privada) y puedan generar un verdadero salto cuantitativo en términos de tracción y desarrollo industrial. Las empresas que tengan la visión, la ambición y la capacidad de llegar a acuerdos para desarrollar dichos proyectos conseguirán ventajas competitivas. El reto es tan complejo como apasionante.