Si hace un año nos hubieran preguntado cómo nos gustaría que fuera el mundo posterior al Covid-19, la mayoría de nosotros habría contestado que ojalá como el que teníamos antes del 14 de marzo de 2020, cuando se declaró el estado de alarma. Ya desde el primer momento nos dimos cuenta de la importancia de que el mundo post-pandemia no perdiese lo más necesario que tiene el ser humano para desarrollarse, la propia sociedad en la que vive y las relaciones con los demás. Sin ellas, no seríamos lo que somos; y, sin ellas, España tampoco sería un país reconocido por todos como uno de los de mayor calidad de vida.

2022 será un año en un entorno post-Covid, pese a que también será un año atípico en todos los sentidos. La situación de emergencia sanitaria, previsiblemente, se revertirá en los próximos meses y las cifras de hospitalizaciones y fallecimientos por el Covid-19 serán mucho más reducidas, con más del 80% de la población vacunada. Será un año de más certidumbre económica. Sabemos que nos encontraremos en un contexto económico con un nivel de inflación en torno al 6%, un déficit estructural superior al 5%, una deuda pública que superará los 1,4 billones de euros (un 122% del PIB), con un mantenimiento por el momento de los incentivos a la liquidez y con tipos de interés que empezarán a subir ligeramente.

Este contexto distinto nos exige, como gestores, profesionales y ciudadanos, plantearnos medidas diferentes, o, al menos, de distinta velocidad de implantación:

1. Poner el foco en la productividad. Los cierres y las reducciones de movilidad propiciaron una parada en la actividad que justificó incentivos de liquidez nunca vistos, lo que, unido a un entorno muy reducido de coste de la deuda y a un rebote rápido de la economía, ha llevado a inflaciones de precios del 6%. La necesidad de los gobiernos de equilibrar con impuestos un elevado déficit no ha ayudado a evitarlo, más bien lo contrario. El incremento de los costes para las empresas es a todos los niveles: materias primas, energía, transporte e, incluso, personal.

Además, en España partíamos de una situación compleja respecto a nuestra productividad laboral prepandemia, recurrentemente a la cola de las principales economías europeas. Con la llegada del Covid-19, el teletrabajo y los confinamientos han ejercido aún más presión en los profesionales, con videollamadas eternas que nos han agotado en una fatiga pandémica estructural.

En este contexto de mayores costes y menor productividad laboral, las empresas necesitan aprovechar la oportunidad para buscar eficiencias y seguir invirtiendo en ganar competitividad. De lo contrario, perderemos aún más rentabilidad y sostenibilidad a largo plazo.

2. Revisar las estrategias de inversión. La inflación, más allá del efecto positivo para la deuda, es el impuesto más cruel de todos porque nadie queda exento y se paga tres veces: en precios, hoy; en impuestos, mañana; y con la merma de los ahorros, permanentemente. La historia demuestra que ni los bonos ni la mayoría de las acciones dan rentabilidades por encima de la inflación de forma sencilla en este entorno. Las empresas sufren en estos periodos porque lo que suele ocurrir es que los costes suben, pero los ingresos no siempre pueden alinearse en la misma medida. Los inversores verán en 2022 cambios en las hipótesis de inversión y necesitarán revisar sus estrategias.

3. Aumentar los esfuerzos para alinear la propuesta de valor para los profesionales, con la estrategia y la cultura de la compañía. En el Comité Ejecutivo global de PwC hemos venido a llamar a este momento de dificultad para encontrar y retener capital humano como “la tormenta perfecta”. El Covid-19 y toda la ola de pensamiento que se ha generado alrededor de la pandemia han dejado huella en nuestros jóvenes y, en general, en el colectivo de trabajadores altamente cualificados.

Las restricciones al ocio y a la actividad social no han ayudado y han forzado una reflexión obvia, pero delicada en una economía de competencia global, sobre lo importante que es vivir y disfrutar, y el sacrificio que supone trabajar. La palabra esfuerzo parece que está desfasada y que es incompatible con lo anterior; y ello puede llevar a toda una generación a un engaño que hipoteque la velocidad de su desarrollo profesional. Un fenómeno que ya se conoce como “la gran renuncia”.

Tal vez nos falte dar más visibilidad a muchos profesionales que consiguen el éxito y la felicidad gracias a su esfuerzo y desarrollo; referentes que, como Rafa Nadal, nos muestran de nuevo el premio del esfuerzo y el talento.

Centrar el foco más en aquellos que con compromiso y responsabilidad siguen contribuyendo en las organizaciones y países a mantener niveles de productividad y de servicio requeridos por un mercado y una realidad que sigue siendo muy exigente y competitivo. Será, en todo caso, el año para confirmar qué estrategia de capital humano quiere y puede seguir cada empresa. Un año de equilibrio entre las demandas de los profesionales y la cultura de la compañía, en el que la comunicación y la adaptación conjunta será el mejor método para asegurar el vínculo de los profesionales que vayan a formar parte del proyecto de la empresa.

4. Apostar por la ESG y aprovechar para ganar competitividad. Hoy, el reto es doble. Por un lado, tenemos una enorme necesidad de transformación y avance en materia de ESG, con cada vez mayor urgencia y presión social. Por otro, necesitamos asegurar la competitividad de nuestras empresas en un entorno global cada vez complejo y donde la rápida recuperación se hace más necesaria. Para este equilibrio, necesitaremos buscar soluciones en el largo plazo que aceleren la transición hacia un modelo más alineado con los criterios del ESG en todas sus vertientes, medioambiental, social y de buen gobierno, y cuya transformación aumente la competitividad por la mejora de su marco energético, fiscal, social y de buen gobierno.

5. Invertir en digitalización y proteger el valor de lo tangible. No debemos confundir eficiencia y transformación digital con un mundo 100% virtual. Ni el crecimiento de la economía digital con la desaparición de las actividades basadas en lo tangible. Hoy, dos años después del inicio de la pandemia, nuestra actividad turística es cuatro veces menor precisamente porque lo físico aún no ha vuelto del todo. España será en 2022 el único país de la UE que no habrá recuperado los niveles de PIB pre-Covid. Necesitamos seguir invirtiendo en la digitalización de nuestro tejido empresarial sin perder la esencia o minusvalorar nuestros activos tangibles.

Tenemos que aprender a hacer un uso inteligente de la tecnología para mejorar nuestra forma de trabajar, centrando la dedicación del talento humano (tan escaso y demandado) en actividades de mayor valor para el desarrollo de dicho talento.

En resumen, en 2022 debemos buscar con urgencia ser más productivos, reforzar el vínculo con nuestros profesionales y premiar el esfuerzo y el talento, aprovechar los esfuerzos en ESG para la mejora de la competitividad, continuar invirtiendo en digitalización y proteger el valor de lo físico. Varias de estas guías necesitan de la vuelta a ese mundo de relaciones tan necesario para la economía, y también para el equilibrio mental y el desarrollo de los profesionales.

Las cifras de este año no dan lugar a dudas sobre la urgencia de restablecer un marco social que tenga en cuenta la salud y la economía, ahora que ya estamos en un entorno de menor emergencia sanitaria. Tenemos que llamar a la responsabilidad individual y colectiva para sacar adelante nuestra sociedad, priorizando la actividad privada y reduciendo la dependencia del gasto público sustentado en deuda. Debemos buscar la oportunidad tras la pandemia para un pacto social más sostenible para nuestra actividad económica. Tendremos, para ello, mucha más certidumbre y herramientas que debemos aprovechar, como los Fondos europeos, y una sociedad con ganas de convivir. Perdamos el miedo, ganemos confianza y empecemos a recuperar el ritmo perdido.