El año pasado dejó un sabor agridulce para la industria del automóvil: los récords de ventas en Estados Unidos fueron un estímulo y un empujón para un sector cada vez más enfocado en desarrollar las posibilidades de la tecnología. Pero las dudas sobre la evolución de la economía mundial, y sobre todo, de los mercados emergentes, supusieron un jarro de agua fría para las previsiones de fabricantes y proveedores.
Según el último análisis sobre el sector automoción de Strategy&, la consultora estratégica de PwC, en 2016 las compañías de automóviles van a seguir trabajando en aplicar los avances tecnológicos para redefinir el concepto de automóvil, en lo que, quizá, sea la mayor transformación de la industria desde el lanzamiento del Modelo T de Ford y el inicio de la fabricación en serie, a principios del siglo pasado. Hoy ya podemos hacernos una idea de cómo será el coche conectado: un vehículo completamente digitalizado, con Wi-Fi, sistemas y apps de entretenimiento integradas; con herramientas de comunicación entre vehículos para “cruzar” datos de seguridad, velocidad y posición en carretera; servicios de localización y rutas basados en la información de tráfico en tiempo real y links a webs que ayuden al diagnóstico y la reparación de averías, etcétera.
Mientras, por las calles ya circula el coche inteligente, equipado con prestaciones en las que el conductor cede por primera vez parte del control de su coche -frenada y aparcamiento automáticos, control de la velocidad, sistemas para evitar accidentes…–, pero, ¿cómo de cerca estamos de movernos en vehículos totalmente autónomos? De momento, la idea es demasiado futurista para el gran público, aunque para los fabricantes va ser realmente interesante. Además, aunque generalmente se suele vincular el futuro de la automoción a los vehículos eléctricos o a los aerodeslizados, la realidad es que los tradicionales motores de propulsión o de combustión van a seguir siendo los más populares en las próximas décadas.
Con estas perspectivas y de cara al futuro cercano, los vehículos nuevos se van a diferenciar básicamente por conjugar una tecnología innovadora y, por supuesto, conectada y avances en materia de conducción asistida. Según un estudio reciente, el 56% de los compradores de vehículos asegura estar dispuesto a cambiar de marca si aquella en la que pensaban inicialmente no les ofrecen los avances tecnológicos que esperan. O lo que es igual, el 48% de los encuestados descarta comprar el coche que les gusta si sus prestaciones tecnológicas no estuvieran a la altura.
Por eso -y a pesar de los riesgos y de la incertidumbre-, nos encontramos en un periodo de transformación muy atractivo, que abre grandes oportunidades y una nueva etapa para el transporte personal. Los coches conectados y los coches inteligentes empiezan a ser una realidad, con un impacto importante en la organización interna de los fabricantes. Dos mundos absolutamente separados hasta ahora están colisionando: el de las empresas del sector de toda la vida y el de las compañías de software, con sus respectivas culturas de trabajo, modelos de desarrollo y de operaciones… Las empresas tradicionales diseñan sus productos en costosos procesos, que se prolongan en el tiempo y en el que caben pocos errores. Por contra, las compañías de software desarrollan sus productos a base de prueba y error, en ciclos mucho más rápidos.
Los grandes fabricantes no cuentan con los recursos necesarios para producir coches conectados o inteligentes. Esta carencia es una invitación para empresas high-tech como Google o Apple, que ya están moviéndose para desarrollar tecnologías que les permitan ser dueños de los componentes críticos de los nuevos vehículos. Su presencia, cada vez más importante, no puede ser ignorada ni minusvalorada. A todas luces, estas empresas tecnológicas van a tener una influencia muy importante en el futuro del sector en los años que vienen, básicamente porque sus capacidades y las necesidades de la industria casan perfectamente.