Tras la caída del Muro de Berlín, los avances hacia una Europa unida, libre y en paz han sido muchos. La entrada de los países de Europa Central en la Unión Europea y en la OTAN ha contribuido a la seguridad, estabilidad y prosperidad de todo el continente. Pero esta labor está lejos de haberse culminado. Y el papel cohesionador que juegan las infraestructuras será capital a la hora de conseguirlo.
Durante más de medio siglo, los esfuerzos por desarrollar conexiones e infraestructuras europeas se focalizaron en el eje Este-Oeste. Después de la caída del Muro, los gobiernos de la zona se centraron en integrar sus economías en los mercados occidentales, dejando aparcado el desarrollo de una infraestructura interregional Norte-Sur. Tras décadas de desinversión, en los últimos veinte años se ha hecho un esfuerzo importante para ponerse al día: se han construido 5.600 kilómetros de autopista. Pero el desajuste entre las dos Europas sigue siendo notorio: un ciudadano de la vieja Europa tiene, de media, el doble de kilómetros de autopista que uno de la Europa Central.
Con el objetivo de revertir la situación, Croacia y Polonia lanzaron, en 2015, un proyecto para la construcción de infraestructuras de energía, transporte y telecomunicaciones en la Europa Central. La llamaron la iniciativa de los Tres Mares: pretende modernizar los vínculos económicos entre las doce naciones de la UE situadas entre el Báltico, el Mar Negro y el Mar Adriático (Austria, Bulgaria, Croacia, la República Checa, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia). Esta región aglutina el 28% del territorio de la Unión Europea y el 22% de su población. Pero solo supone el 10% de su PIB.
Pero, ¿es tan importante el desarrollo de infraestructuras para el crecimiento económico de esta área? Sí. Las infraestructuras son un aspecto clave a la hora de evaluar la competitividad de cualquier región. Por ejemplo, el Foro Económico Mundial tiene una medida –el Índice de Competitividad Global (GCI, por sus siglas en inglés)- que relaciona directamente la competitividad de un país con el nivel de desarrollo de sus infraestructuras. Pues bien, si el índice de competitividad medio de la Unión Europea es de 5,65 puntos, ningún país de Europa Central supera el 5. En concreto, el promedio de esta zona se sitúa en el 4,05 puntos –bajando hasta el 3,5 en Albania, Rumanía y Moldavia-. En la encuesta que entre líderes empresariales realiza la misma institución, la precariedad de las infraestructuras es señalada como una barrera sustancial para el desarrollo empresarial en todos los países de esta región.
La iniciativa de los Tres Mares pretende modernizar los vínculos económicos entre las doce naciones de la UE situadas entre el Báltico, el Mar Negro y el Mar Adriático
En 2013, la Comisión Europea estableció nueve corredores para conectar entre sí todos los estados miembros, y poner en práctica uno de los ideales del mercado único de la UE: el libre movimiento de bienes, capital, servicios y personas trae prosperidad. Para Europa Central se han establecido cuatro corredores fundamentales: el corredor Mar del Norte – Báltico; el Báltico – Adriático; el Rhin – Danubio; el de Oriente – Medio Este y el del Mediterráneo.
¿Cómo se financia una iniciativa de semejante magnitud? Lo cierto es que la UE ha jugado y juega un papel fundamental en este sentido, y ya dedicado 150.000 millones de euros de los Fondos Estructurales, más dinero adicional del Connecting Europe Facility o del Banco de Inversión Europeo. Sin embargo, todavía es necesario invertir más de 384.000 millones en otros 2.000 proyectos para completar o modernizar estos corredores.
Una inversión de esta cuantía sobrepasa las posibilidades de las instituciones públicas, por lo que tanto compañías de infraestructuras como instituciones financieras van a tener un papel fundamental. Hasta la fecha, este tipo de financiación ha sido mucho menos importante que la pública. Sin embargo, el aumento de la deuda pública hace que cada vez sea más interesante contar con fuentes que minimicen el impacto en las cuentas públicas.
Llegados a este punto, podemos hacernos otra pregunta clave: ¿Es Europa Central un mercado atractivo para la inversión? En este sentido –y no es por ponernos gallegos-, se pueden hacer dos apuntes. Nos encontramos con una región con muy buenas perspectivas de crecimiento –se espera que adelante a la Vieja Europa en los próximos cinco años- y con un sector de la construcción que se prevé crezca a un ritmo del 3,1% de media anual (comparado con el 2,3% previsto para la Europa Occidental), según datos de BMI Research. Esto, sin duda, es atractivo para los inversores.
La otra parte de la historia es que no dejamos de estar ante una región emergente. Y, como es lógico, esto además de generar reservas, conlleva un mayor nivel de riesgo. En este sentido, también nos encontramos con situaciones muy distintas dependiendo del país de la región en el que centremos la vista. Por ejemplo, Estonia es ahora mismo lo que los inversores llaman un “sweet spot”, con beneficios muy elevados y poco riesgo. Pero es el único país de la región en esta categoría. En unos -como Lituania, Croacia, Eslovaquia y Eslovenia-, los riesgos son equivalentes a los de Grecia o Italia, pero los beneficios son relativamente bajos. Y, otros, presentan el problema contrario: beneficios cuantiosos pero demasiado riesgo.
Aun así, la escasez de proyectos de infraestructuras ready to finance a nivel global, y la enorme cantidad de liquidez disponible, debería desequilibrar la balanza en favor de las de la zona.
La experiencia de aquellos players ya presentes en esta área –algunos españoles como Ferrovial, Bankia o Banco Bilbao-, enseñan que aunque cada país presenta peculiaridades importantes, se pueden hablar de algunos riesgos comunes. Por citarlos brevemente, la falta de apoyo político; regímenes regulatorios poco transparentes; procesos de contratación -como PPPs y concesiones- muy complejos; falta de proyectos con el nivel de madurez necesario para despertar el apetito de los inversores y la poca habilidad del sector público de estos países para acogerse a esquemas de financiación privada, entre otros.
En una economía cada vez más competitiva y global, la prosperidad y el bienestar de una Europa unida dependerán de lo rápido que esta se adapte al mundo de hoy. En ese proceso, construir una red de transporte conectada, segura, asequible y sostenible que conecte la UE de norte a sur es clave. Hacerlo repercutirá, de forma directa, en un aumento de la competitividad de todos los países europeos, y en consecuencia, en el crecimiento económico de Europa en su conjunto.