La sostenibilidad es uno de los grandes desafíos del mundo de los negocios de hoy. La creciente importancia de los criterios medioambientales, sociales y de gobernanza (ESG, por sus siglas en inglés) obliga a las empresas a reconsiderar sus estrategias. Más que nunca, la lucha contra el cambio climático es el eje principal del debate, como ha quedado demostrado durante la cumbre COP 27, celebrada en las dos últimas semanas en Egipto. Por su importancia e impacto en el ámbito de los negocios, dedicamos en exclusiva esta edición de El sismógrafo de la sostenibilidad, una serie que publicamos cada quince días, a los resultados de la cumbre. El balance final es agridulce. Por un lado, el encuentro se salvó del fracaso con el compromiso (pírrico, porque no hay detalles) de crear un fondo para financiar las pérdidas y daños del cambio climático en los países pobres. En el lado negativo, no hubo avances en la batalla por acelerar la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los países occidentales quedaron especialmente insatisfechos con los resultados de la cumbre.

Un fondo “histórico” pero impreciso

El tema que desató mayor polémica a lo largo de la cumbre, y sobre el que pivotaron muchas de las discusiones, fue la creación de un fondo global para financiar las llamadas “pérdidas y daños” de los países más pobres por el impacto negativo del cambio climático (inundaciones, tormentas, sequías y otros desastres naturales). Finalmente, el fondo apareció en la declaración final de la cumbre y su aprobación fue definida como “histórica” y un acto de “justicia climática” . Sin embargo, los términos imprecisos del acuerdo, que no determina cómo se va a financiar el fondo ni a qué grupo concreto de países va a beneficiar, echan agua sobre el compromiso adoptado.

El fondo había sido reclamado con insistencia por el Grupo 77+, que integra a naciones en desarrollo y subdesarrolladas. En cambio, tanto Estados Unidos como Europa observan la creación del fondo con inquietud, porque la mayor parte de la financiación se supone que habrá de recaer sobre sus espaldas.

A pesar de eso, sí hubo un avance concreto, aunque de tono menor: la activación de la llamada Red de Santiago, que es un instrumento para prestar ayuda técnica a los países en desarrollo más afectados por el cambio climático. La Red de Santiago se creó en la cumbre climática de Madrid, celebrada en 2020, pero no había sido hecha operativa hasta ahora.

Bloqueo en la reducción de emisiones

La parte más negativa del balance de la cumbre es la que se refiere a la falta de avances en el diseño de una hoja de ruta más ambiciosa para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Más de 80 países apoyaron una propuesta para eliminar progresivamente el uso de combustibles fósiles,  ampliando así el compromiso adoptado en la cumbre de Glasgow de suprimir la utilización de carbón. Sin embargo, la presión de los países productores de petróleo y de gas, que serían los más afectados por la propuesta, impidió que el acuerdo prosperara. Arabia Saudí y Rusia, especialmente, fueron los más activos para bloquear una decisión que hubiera acelerado el proceso para recortar las emisiones. La crisis energética global, provocada fundamentalmente por la guerra de Ucrania, fue uno de los argumentos utilizados por los países contrarios a ir más allá en la reducción de emisiones. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea, que incluso amagó con abandonar la cumbre si no había resultados, expresaron su decepción por la ausencia de compromisos en esta materia.

Al margen de ese bloqueo, la Unión Europea anunció unilateralmente que recortará en 2030 un 57% las emisiones de gases de efectos invernadero, frente al 55% comprometido hasta ahora.

CEOs de todo el mundo llaman a la acción

102 primeros ejecutivos de todo el mundo, integrados en la Alianza de Líderes del Clima, han enviado una carta a la cumbre de Egipto, a través del Foro Económico Mundial, en la que instan a gobiernos y a empresas a combatir el cambio climático y a cumplir los objetivos del Acuerdo de París. Los CEOs, entre los que se encuentra el presidente global de PwC, Robert E. Moritz, piden a los gobiernos que simplifiquen las regulaciones y ofrezcan incentivos para desarrollar las energías renovables. A las empresas, la carta les reclama que fijen objetivos de emisiones basados en datos científicos y que ayuden a desarrollar criterios de información sostenible. Los primeros ejecutivos españoles que firman la carta son Ana Botín, de Banco Santander; Carlos Torres, de BBVA: Ignacio Sánchez Galán, de Iberdrola, y Pablo Isla, expresidente ejecutivo de Inditex.

El G-20 hace señales

El desenlace de la cumbre de Sharm El-Sheikh también se ha jugado en Bali, donde se ha celebrado esta semana la cumbre del G-20, el grupo en el que se integran los países más ricos del mundo y las principales naciones emergentes. Por un lado, el G-20 se ha comprometido a esforzarse por limitar el calentamiento global a 1,5º centígrados, es decir, el objetivo inferior del Acuerdo de París, lo cual ha sido interpretado como una señal de ambición en la lucha contra el cambio climático y un estímulo para las negociaciones de Egipto, sobre todo, después de que algunos países defendieran la idea de renunciar a ese objetivo.

También fue un alivio para los asistentes a la cumbre climática la reanudación en Bali de las conversaciones sobre el clima entre China y Estados Unidos. Asimismo, en las reuniones del G-20 se alumbró un acuerdo importante para la transición energética de Indonesia, que recibirá 20.000 millones de dólares (mitad fondos público, mitad privados).

Las proyecciones

Al margen de los resultados finales de la cumbre de Sharm el-Shaikh, tan importante es intensificar las políticas medioambientales como respetar los compromisos ya suscritos por los distintos países y sectores. Según las proyecciones de la organización Climate Action Tracker, actualmente la temperatura del planeta ya ha subido 1,2º centígrados respecto a la etapa preindustrial, y solo si se cumplen todos y cada uno de los objetivos anunciados el aumento a finales de siglo podría limitarse a 1,8º centígrados, no lejos del objetivo de 1,5º fijado en el Acuerdo de París. Ese es el escenario optimista.

En el otro extremo, si seguimos con las políticas desarrolladas hasta ahora, el termómetro se disparará 2,7º centígrados, que es seguramente a lo que se refería António Guterres, secretario general de la ONU, cuando dijo en la cumbre de Egipto que avanzamos “hacia el infierno climático”.