La pandemia del COVID-19 ha causado enormes daños personales, económicos y sociales. Ha destrozado vidas y producido un sinfín de trastornos, y ha dejado al descubierto la falta de viabilidad de muchos modelos de negocio. Más allá de esto, también ha impactado en empresas aparentemente sólidas, y en principios que han guiado nuestro pensamiento durante décadas. Asimilar lo que está pasando es enormemente difícil. 4,2 millones de infectados y 287.000 muertes, al 12 de mayo, dan fe de que el nuevo coronavirus es impredecible y letal: no se ha visto nada parecido en más de un siglo.
Sus efectos son paradójicos: ha causado un shock en la oferta, pero también uno en la demanda; en unos países está causando una recesión de duración y severidad desconocidas, mientras que otros ya van enfilando la recuperación; está inspirando hazañas heroicas de civismo y solidaridad entre millones de personas, a la vez que ofrece a los estafadores la oportunidad perfecta de vender falsas curas para aprovecharse de los vulnerables. Está avivando una lucha entre países y regiones intranacionales por los suministros, pero, al tiempo, está siendo una oportunidad para ver una mayor cooperación nacional y regional. Es, principalmente, un problema de salud pública, pero tiene inmensas e inmediatas repercusiones para las empresas y para la política económica, fiscal y monetaria. La amenaza que plantea para la salud podría desaparecer en cuestión de meses o persistir durante años. Y está acelerando tendencias que ya existían (como la automatización y la desigualdad), mientras que está poniendo el freno a otras que hasta hace muy poco tenían un enorme impulso (como la globalización).
Las pequeñas empresas se verán significativamente más afectadas que las grandes por las políticas que se hayan puesto en marcha en el país donde operan
De la nada, se ha convertido en el tema número uno en la agenda de los líderes de organizaciones de todo tipo: gobiernos, ONG y sector privado. La cuestión central en cada reunión (virtual) es cómo hacer frente a las terribles consecuencias que desata a corto plazo: los problemas de salud a los que se enfrentan millones de personas y el ‘apagón’ de economías y sociedades de todo el mundo. Al mismo tiempo, los dirigentes tampoco pueden perder de vista las grandes dificultades a las que se enfrentaban antes de que los debates sobre la carga viral, la población asintomática y las tasas de recuperación pasaran a formar parte de la cultura popular.
El alcance de estos desafíos, con todas sus dimensiones, es tan filosófico e intelectual, como físico y práctico. En pocas palabras, nos preguntamos qué hacer para reactivar la economía, reparar lo que se ha roto y prepararnos para responder a una serie de problemas sociales, ambientales, demográficos y económicos, muy urgentes.
En PwC hemos estado pensando cómo abordar todas estas cuestiones de forma holística. En 2017, identificamos un conjunto de desafíos urgentes, interdependientes y en auge, que suponían una amenaza para el mundo. Lo denominamos el problemas ADAPT forjarían un mundo completamente diferente en 2025, y que las empresas tendrían que reconfigurarse para ser viables. Todos estos cambios, acelerados por la pandemia, podrían producirse antes de lo que pensábamos. Este virus no será el último shock para el sistema. Y a menos que abordemos masiva y rápidamente los temas contemplados en ADAPT, el próximo choque será mucho más perjudicial.
Estas son las malas noticias. ¿Y las buenas? En cada capa de la sociedad, hay una oportunidad de construir un futuro más sostenible y resiliente, en el que todas las personas puedan prosperar. Reconociendo los desafíos que enfrenta el mundo, interiorizando las lecciones de la pandemia y desplegando las herramientas y tecnologías disponibles, podemos abrir un camino nuevo.
El coronavirus y la economía
Pero, antes, los esfuerzos por abordar estas cuestiones, que se hacen aún más urgentes por la pandemia, tienen que sortear cuatro realidades muy duras.
En primer lugar, en los próximos meses, y tanto a nivel estatal como corporativo, los balances estarán absolutamente sobrecargados y requerirán un parche importante antes de pensar en los recursos necesarios para abordar las cuestiones ADAPT. Según el Instituto de Finanzas Internacionales (PDF), “si el endeudamiento neto de los gobiernos duplica los niveles de 2019, y se produce una contracción del 3% en la actividad económica mundial (en términos nominales), la deuda mundial pasaría del 322% del PIB a más del 342%, este año”. Es de esperar que se produzcan debates muy intensos por acceder a la financiación, a medida que los países traten de reanudar la actividad, crear empleo y apoyar a los más perjudicados por la pandemia. A nivel empresarial, el capital se dedicará a reparar las cadenas de suministro, reactivar el negocio, reconstruir la base de ingresos y traer de vuelta a los empleados.
En segundo lugar, las pequeñas empresas se verán significativamente más afectadas que las grandes por las políticas que se hayan puesto en marcha en el país donde operan, y el impacto de esta crisis será muy distinto dependiendo del territorio. Sin embargo, las pequeñas empresas no suelen tener las mismas reservas de liquidez que las grandes. Según un estudio (PDF) de JPMorgan Chase, de media, una empresa pequeña en Estados Unidos sólo cuenta con reservas para 27 días, después de los cuales se ve abocada al cierre. Esto es un problema evidente, porque la pequeña empresa suele ser la fuente de empleo y crecimiento más importante. Pero también lo es para las organizaciones más grandes, porque las pequeñas empresas son, con mucha frecuencia, los clientes principales de estas, y un tercer o cuarto nivel de su cadena de suministro. Además, las pequeñas empresas también prestan servicios esenciales como, por ejemplo, el mantenimiento y la reparación de equipos técnicos, la odontología y, en algunas economías, la producción de productos alimenticios básicos.
En tercer lugar, los sectores económicos -e incluso las empresas individuales dentro de la economía- se verán afectados de manera muy desigual por esta crisis. A las empresas de plataformas, a las tiendas de alimentación y a las farmacias les ha ido genial, hasta ahora. Pero muchas otras (como las aerolíneas y los hoteles) están cerradas. Todas, excepto las más afectadas, están tratando de mantener su plantilla. El resultado es que queman sus reservas, y pueden terminar en una posición financiera muy precaria. Evidentemente, las empresas con balances más sólidos serán más capaces de reconstruir o mantener su negocio, mientras que las demás tendrán enormes dificultades. Las decisiones que se tomen sobre cuándo empezar y cómo acabar el confinamiento, junto con los paquetes de ayuda financiera, harán que las empresas de determinados países estén mejor posicionadas para sortear la crisis y para recuperarse después. La dispersión de los resultados podría tener un impacto brutal en la influencia de un país concreto a nivel mundial y en la forma en que ese Estado pueda competir a nivel internacional en el futuro.
Por último, el paro ha crecido en muchos mercados. En los EE.UU., más de 30 millones de personas solicitaron el subsidio por desempleo a finales de abril. En un informe del 29 de abril, sobre el impacto de la COVID-19 en el mundo del trabajo, la Organización Internacional del Trabajo señaló que “casi 1.600 millones de trabajadores de la economía sumergida, de un total de 2.000 millones a nivel mundial, han sufrido daños masivos en su capacidad para ganarse la vida”. Esta cifra representa un coste humano devastador y una carga adicional para países con problemas fiscales muy importantes. Para las empresas, el desempleo afectará a la capacidad de consumo de bienes y servicios, de pagar un alquiler, o de devolver una deuda.
La escala de los problemas puede parecer desalentadora. Pero eso no es excusa para no hacer nada. Para los gobiernos, las empresas y las instituciones, las claves de una respuesta a la altura de las circunstancias son bastante similares. Debemos ser muy conscientes de las decisiones que tomamos hoy, porque afectarán de forma drástica a nuestra capacidad de llevar a cabo las acciones esenciales para responder. ¿Quieres saber más sobre estas claves? Una pista, pasan por reparar (el daño económico y humano), repensar (el futuro), reconfigurar (las instituciones públicas y privadas) e informar (con transparencia).
La necesidad de que gobiernos y organizaciones transiten a un mundo nuevo era evidente mucho antes de que llegara la COVID-19. La pandemia, y las consecuencias económicas, organizativas y personales derivadas de las decisiones tomadas para hacerle frente, sólo han hecho que la necesidad de esta transición sea mayor. De una manera muy extraña, nos han preparado para hacer los cambios necesarios. Sería lamentable -y potencialmente devastador- que no aprovecháramos la oportunidad que se nos presenta.