Este año, en la pintoresca ciudad suiza de Davos no se ven caravanas de coches oficiales ni sus hoteles han colgado el cartel de completo. La pandemia ha obligado a cambiar el formato del Foro Económico Mundial para transformar la tradicional cita de líderes mundiales en un encuentro virtual. Pero a falta del contacto personal, el intercambio de ideas se ha producido como siempre, con la participación telemática de figuras como Vladimir Putin, Xi Jinping, Bill Gates, Ursula von der Leyen, Mark Carney, Al Gore, Angela Merkel, Kristalina Georgieva, Narendra Modi o el presidente español, Pedro Sánchez.

En ese marco virtual, el pasado lunes se presentó el informe “Upskilling for Shared Prosperity“, elaborado conjuntamente por PwC y el Foro Económico Mundial, que como su propio título indica es una invitación a mejorar la formación digital de los trabajadores como instrumento imprescindible para aumentar el bienestar económico y social. El mensaje es especialmente apropiado, según el estudio, en momentos como los actuales, porque la COVID-19 ha ampliado las desigualdades laborales y ha acelerado los procesos de digitalización y automatización, tanto dentro de las empresas como en su relación con los clientes.

Para sostener su tesis, el estudio recoge un buen racimo de estimaciones sobre el impacto positivo de la mejora de la formación tecnológica y digital en la actividad económica, la productividad y el empleo. A nivel global, la reducción de la brecha en capacidades digitales inyectaría en el PIB de 2030 6,5 billones de dólares y facilitaría la creación de 5,3 millones de empleos, de acuerdo con el escenario avanzado de proyecciones. España saldría especialmente beneficiada, con un impulso adicional en el PIB del 6,7% (concentrado en los servicios a empresas, el consumo y la industria manufacturera), la creación de 220.000 puestos de trabajo y un aumento del 9,5% en su productividad.

Si las cifras son importantes para medir el potencial beneficio económico del upskilling, el informe incide también en las ventajas que supone desde el punto de vista del progreso social. La formación en habilidades tecnológicas permite conseguir empleos mejor pagados y menos precarios, mitigando así la desigualdad laboral. Además, dotar a los empleados de las capacidades digitales necesarias transforma la economía para hacerla más intensiva en conocimiento y asignar las labores más rutinarias a las máquinas.

¿Cómo se hace todo esto posible?

El estudio apunta cuatro recomendaciones cuyo común denominador es la necesidad de trabajar de forma conjunta en la misma dirección:

  • Los agentes involucrados deben construir un robusto ecosistema interconectado de formación (incluyendo indicadores que midan la calidad del empleo en todas las actividades económicas) que ofrezca a todos los trabajadores la oportunidad de participar y beneficiarse de él.
  • Los gobiernos nacionales han de adoptar un enfoque flexible en los planes nacionales de formación y asegurar su adecuada financiación, en colaboración con empresas, ONG y los responsables del sistema educativo. Los incentivos para proyectos verdes y de innovación tecnológica son convenientes.
  • Las empresas tienen que dar prioridad a la inversión en la formación de sus trabajadores y comprometerse con un calendario de objetivos a largo plazo. Sus programas han de estar perfectamente alineados con las necesidades de su plantilla y de la sociedad.
  • Los proveedores educativos deben considerar el trabajo una fuente para la reinvención personal y normalizar el aprendizaje continuo a lo largo de toda la vida laboral. Su colaboración con las empresas es imprescindible para impulsar los currículos just in time, es decir, aquellos que tienen en cuenta las necesidades reales del sistema económico.

El estudio cita como modelo, no necesariamente de referencia, pero sí a examinar, el sistema de empleo danés, que está basado en el concepto de flexiseguridad. Su eslógan / objetivo es proteger a la gente, no los empleos, y está basado en la movilidad laboral. El sistema incentiva que los trabajadores aprendan periódicamente nuevas habilidades y cambien de empleo e incluso de sector económico para aprovechar mejor las oportunidades que ofrece el mercado laboral. También está funcionando bien una iniciativa del Gobierno de Singapur para atraer y retener talento.

El contra ejemplo es Sudáfrica, cuyo sistema educativo no acaba de rendir frutos (el desempleo es muy alto) pese a que su inversión sostenida en educación (un 6% de PIB) es una de las más altas del mundo.

Incluso en tiempos de pandemia, Davos nos deja reflexiones interesantes.