En el escenario actual del mundo de los negocios, en el que los cambios se suceden con gran rapidez, el progreso de las tecnologías es un arma extraordinaria para la gestión empresarial, pero viene acompañado en muchas ocasiones del incremento de los riesgos (a veces completamente desconocidos) asociados a la innovación, con la consiguiente amenaza para los resultados de la empresa.
Pongamos dos ejemplos:
a) Imaginemos que una empresa contrata un avanzado programa informático que procesa y analiza millones de datos sobre el comportamiento de sus clientes para detectar con gran precisión sus preferencias y sus necesidades. Buena idea, ¿no? Seguro que es de mucha ayuda para decidir la estrategia de ventas de la compañía. Pero, ¿qué ocurre si el programa no funciona como debe, refleja sesgos involuntarios y llega a conclusiones erróneas?
b) Otro supuesto. Un banco confía en una plataforma de tecnología blockchain para mejorar la eficiencia de sus transferencias internacionales. Sus clientes de empresa están encantados porque el nuevo sistema les permite completar sus transacciones comerciales de forma más rápida, segura y barata. Pero, ¿qué pasa si un hacker consigue penetrar en la nueva infraestructura y apropiarse en cuestión de segundos de los fondos de determinadas operaciones transfronterizas?
A la vista de estos ejemplos, algunos directivos responsables del área de riesgos podrán pensar que es mejor no innovar. Kimberly Johnson, directora de operaciones de la sociedad hipotecaria estadounidense Fannie Mae, lo desaconseja: “El riesgo de innovar es grande, pero el riesgo de no innovar es más alto todavía”.
La solución, por tanto, no es renegar de la innovación, sino gestionar de forma adecuada los riesgos que comporta, tal y como se apunta en un estudio de PwC sobre Risk in Review, que en su edición de 2018 se titula Managing risks and enabling growth in the age of innovation. El informe, recientemente publicado, está basado en una encuesta a 1.500 gestores de riesgo de 76 países, a la que se unen entrevistas en profundidad con 11 directivos líderes.
El estudio reseña cinco recomendaciones que las empresas pueden realizar inmediatamente para gestionar los riesgos de la innovación y al mismo tiempo mantener el ritmo de crecimiento. Son las siguientes:
- Fijar el tono de la cultura del riesgo desde el Consejo de Administración y asegurarse de que las conductas de todos los niveles de la organización están perfectamente alineadas con esas pautas.
- Comprometerse cuanto antes en el ciclo de la innovación para entender, compartir los posibles riesgos con el resto de los gestores, y si es necesario posponer determinadas iniciativas o directamente frenarlas si el nivel de riesgo excede los umbrales de tolerancia de la organización.
- Ajustar con frecuencia el marco de apetito al riesgo para garantizar que es compatible con la estrategia de innovación. Los retoques deben compartirse con todos los niveles de la empresa (unidades de negocio, gestión del riesgo, cumplimiento y auditoría interna) para asegurar la sincronía de esfuerzos.
- Aprovechar las nuevas competencias y herramientas para apoyar la innovación, porque de esa manera se comprenderán y gestionarán mejor los riesgos asociados a ella.
- Monitorizar y enjuiciar con rigor la efectividad de la gestión del riesgo a través de múltiples métricas de rendimiento (estratégicas, operacionales, etc.) con el fin de disponer de una fotografía precisa de la realidad.
En síntesis: hay que acabar con los silos en que a veces se convierten las áreas de riesgos y de innovación. Los gestores de riesgos nos pueden aislarse en una burbuja y hacer su trabajo sin tener en cuenta las características y las consecuencias de los proyectos innovadores. Del mismo modo, los directivos implicados en nuevas iniciativas deben salir de su área natural de competencias y buscar el asesoramiento de los responsables de riesgos para asegurar la viabilidad de sus proyectos.