La carrera hacia una economía de cero emisiones netas ha captado la atención de los países y de las empresas por igual. Y no es de extrañar, según el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU, las emisiones de gases de efecto invernadero (GHGs, por sus siglas en inglés) deberían registrar su nivel más alto no más allá de 2025 si queremos  evitar las consecuencias más peligrosas e irreversibles del cambio climático.

Pero incluso cuando los gobiernos y las compañías están aumentando sus compromisos de descarbonización, hay otro desafío que no está recibiendo suficiente atención por parte de los directivos. Si nos salimos de los sectores más contaminantes, son muy pocos los primeros ejecutivos que están pendientes de los riesgos físicos y de transición que el cambio climático supone para sus empresas. Y estos pueden ser muy reveladores.

A continuación presentamos algunos ejemplos reales de compañías concretas:

  • Un grupo de empresas ha estimado que los fenómenos meteorológicos extremos podrían costarle varios cientos de millones de dólares al año, a partir de 2030. En su mayoría, la exposición al riesgo de la compañía se encuentra en su cadena de suministro, y está fuera de su control directo.
  • Un importante distribuidor ha detectado que decenas de sus instalaciones más importantes corrían un riesgo elevado de sufrir fenómenos meteorológicos graves y ha estimado que la transición mundial hacia una economía con bajas emisiones de carbono podría duplicar con creces los costes de transporte de la empresa de aquí a 2030.
  • Un fabricante internacional de equipos industriales se ha percatado de que debía rediseñar uno de sus productos estrella -y luego adaptar su instalación-, para evitar que funcione de forma defectuosa en zonas donde el cambio climático está haciendo que las condiciones meteorológicas sean más húmedas.
  • A medida que la sequía y el descenso de los niveles de nieve amenazan las fuentes de energía hidroeléctrica en el oeste de Estados Unidos, un grupo de varias empresas tecnológicas están reevaluando como hacer un mix de fuentes de energía sostenibles para alimentar los centros de datos que necesitan grandes cantidades de energía para funcionar.

Muchas empresas pasan por alto el preocupante, y a menudo sorprendente, conjunto de riesgos climáticos a los que se enfrentan. Al comprenderlos mejor, los líderes empresariales podrán proteger su negocio e identificar oportunidades para competir en un mundo que se está descarbonizando

Este tipo de riesgos climáticos no sólo son desafíos preocupantes para los máximos ejecutivos de las empresas. También son grandes retos para la humanidad. Un buen ejemplo son las potentes inversiones que las empresas B2B han realizado en centros de servicios de back-office en países como la India, en los que en los próximos años se producirán picos de calor y de humedad que podrían ser una amenaza para las personas.

En este artículo, destacamos cómo algunas empresas están entendiendo sus riesgos climáticos -tanto físicos como de transición- como punto de partida para una por contar con estrategia medioambiental sólida y eficaz, que les ayude a mitigar los riesgos, detectar las oportunidades y ofrecer información sobre los retos independientes, pero relacionados, de su propia descarbonización. En el camino, analizaremos cómo las actitudes y las motivaciones de los principales grupos de interés están ejerciendo presión sobre las compañías para que actúen, y las iniciativas, en muchos casos complicadas, que los primeros ejecutivos y los directores generales deben acometer, incluidas las que tienen que ver con las implicaciones sociales y humanas del cambio climático. La transición que se avecina debe ser rápida y justa.

Empieza por los riesgos climáticos

En nuestras conversaciones con los presidentes y los consejeros delegados de las grandes empresas, nos encontramos a menudo con una curiosa desconexión. Los directivos son conscientes de los peligros físicos inminentes del cambio climático desde una perspectiva general, es decir, una serie de riesgos que incluyen temporales e inundaciones extremas en las costas, así como un aumento de olas de calor, sequías e incendios forestales. De hecho, el Informe de Riesgos Globales 2022 del Foro Económico Mundial (que hace un seguimiento de las percepciones de riesgo de los líderes globales de las empresas, los gobiernos y la sociedad civil) revela que, en los próximos dos años, el clima extremo es el principal riesgo en convertirse en una amenaza global crítica.

Sin embargo, los máximos ejecutivos entienden mucho peor el impacto específico que el cambio climático podría tener en sus negocios. Por ejemplo, los riesgos físicos para las operaciones, las infraestructuras o las cadenas de suministro de las empresas. Por no hablar de los riesgos de transición relacionados con el negocio que supondría un cambio social y económico hacia un mundo descarbonizado (como los cambios en la demanda, el impacto en los precios de la energía, los requisitos de renovación de edificios o los posibles impactos competitivos en las cadenas logísticas).

No podemos decir si esta desconexión se debe a la complejidad del problema, a los sesgos cognitivos que nos impiden juzgar con precisión la probabilidad y el riesgo, o a alguna otra combinación de factores.

Sea cual sea la causa, los riesgos climáticos deberían estar más presentes en las agendas de la alta dirección. Al fin y al cabo, los riesgos están ahí, lo sepan o no los directivos. Para algunas empresas, los fenómenos meteorológicos extremos y otras consecuencias físicas del cambio climático ya están teniendo efectos perjudiciales. Por tanto, es un gran error que los altos ejecutivos lleguen a la conclusión de que estos retos pueden dejarse para otro momento. Y si los dirigentes piensan en dejarlo para más adelante, hay una serie de grupos de interés que están preparados para poner el foco en las empresas, como veremos a continuación.

Tres puntos de presión

Puede que los presidentes y consejeros delegados no estén pensando lo suficiente en los riesgos climáticos, pero los principales stakeholders de las empresas están haciendo todo lo posible para cambiar esta situación. Y tanto si las motivaciones de los grupos de interés se basan en el riesgo climático como en los compromisos de descarbonización, o en ambos, es imperativo que los líderes empresariales les presten más atención.

Esto empieza por comprender la velocidad a la que está cambiando el panorama de los stakeholders. Hay indicios que sugieran que estaríamos ante un punto de inflexión que podría pillar por sorpresa a los líderes poco preparados, al menos, por tres razones: las instituciones financieras se están tomando en serio la búsqueda de los riesgos climáticos ocultos en sus carteras de productos; los gobiernos están tratando de cumplir sus ambiciosas promesas de descarbonización; y los nuevos requisitos de información sobre el clima están tomando forma rápidamente, y, en algunos casos, ya están afectando a la economía real. Revisar los últimos acontecimientos en estos ámbitos -y sus implicaciones- puede ayudar a los equipos directivos a empezar a cuestionar los supuestos de toda la vida y a priorizar la acción.

1. Las crecientes presiones en el ámbito financiero. Las instituciones financieras de todo tipo se están tomando en serio el cambio climático. Por ejemplo, pensemos en la Glasgow Financial Alliance for Net Zero (GFANZ), esta coalición de bancos, compañías de seguros, gestoras de activos y propietarios de activos se ha comprometido a reducir las emisiones de sus carteras y préstamos para llegar a un nivel de cero emisiones netas en 2050, con un objetivo provisional fijado para 2030. Formada a finales de 2021, los miembros de la GFANZ ya representan unos 130 billones de dólares, el 40% de los activos financieros del mundo.

Aunque las repercusiones más inmediatas de la descarbonización se están notando en las industrias con gran intensidad de gases de efecto invernadero (por ejemplo, las empresas que generan altas emisiones de carbono están teniendo más dificultades para atraer capital, ya que muchas empresas de servicios financieros ya están anunciado su desinversión), los efectos se están extendiendo ahora de forma más generalizada. Las entidades financieras están empezando a tomar decisiones de inversión basadas en los riesgos relacionados con el cambio climático de sus carteras. Así es como Christian Ulbrich, director general de la empresa estadounidense de servicios inmobiliarios Jones Lang LaSalle, describió el reto en una entrevista con la revista strategy+business: “No hay una solución fácil para muchos edificios por la forma en que están construidos, es poco atractivo desde el punto de vista financiero intentar descarbonizarlos. Pero si se dejan de lado esos activos, se convertirán rápidamente en activos abandonados. La velocidad con la que las instituciones financieras se niegan a financiar esos inmuebles y los inversores y gestores de fondos deciden no comprarlos es sorprendente”.

La consecuencia para los directores generales y consejos de administración es clara. La presión de las instituciones financieras pronto empezará a afectar a todo, desde la calificación crediticia, la valoración y el coste del capital de una empresa hasta su capacidad para obtener préstamos y seguros. Demasiados directivos no han asumido las implicaciones de un mundo empresarial en el que los riesgos climáticos son transparentes, públicos, importantes desde el punto de vista financiero para los accionistas y, en última instancia, forman parte del deber de los consejos de administración.

2. Mayor compromiso de los gobiernos. Los gobiernos también están aumentando sus intenciones de descarbonización. En la actualidad, un asombroso 90% de la economía mundial tiene un compromiso de cero emisiones netas, frente a sólo el 16% en 2019. Estas promesas sólo pueden cumplirse con un reajuste masivo de la actividad económica. Aunque la mayoría de los compromisos de cero emisiones tienen como objetivo 2050, los países están estableciendo objetivos provisionales y presionando a las empresas para que hagan lo mismo. Las normas propuestas por el Departamento de Hacienda del Reino Unido, por ejemplo, obligará a las grandes empresas británicas a detallar antes de 2024 cómo piensan cumplir sus propios objetivos de cero emisiones (las empresas de los sectores de altas emisiones lo harán en 2023).

Aunque las medidas reguladoras más importantes acaparan la atención de las empresas, existen también una serie de iniciativas aparentemente menores podrían llegar a tener un gran impacto en la alta dirección de las compañías. Entre ellas se encuentran las políticas fiscales ecológicas, los incentivos a la innovación y los requisitos de reciclaje al final de la vida útil. Por ejemplo, el impuesto sobre los envases de plástico recientemente publicado en Reino Unido ha pillado desprevenidos a algunos fabricantes e importadores que se apresuran a recopilar datos sobre el contenido reciclado de sus cadenas de suministro ampliadas, o incluso de sus propias operaciones.

Hay más en camino. El Pacto Verde de la Unión Europea -un grupo de políticas e iniciativas adoptadas a finales de 2019 para ayudar a convertir a Europa en el primer continente neutro desde el punto de vista climático-, incluye más de 1.000 impuestos nuevos o modificados. A nivel mundial, PwC han mapeado más de 1.400 impuestos e incentivos ambientales en 88 países y regiones del mundo como parte de un estudio en marcha.

3. Mejorar la información no financiera. A medida que las entidades de créditos, los gestores de activos, los inversores y las aseguradoras se sensibilizan con los riesgos climáticos de sus carteras, exigen más transparencia a sus clientes. El resultado es un deseo sin precedentes de información no financiera eficaz.

Una iniciativa popular es el Grupo de Trabajo para la Divulgación Financiera Relacionada con el Clima (TCFD, por sus siglas en inglés). La TCFD fue creada en 2015 por el Consejo de Estabilidad Financiera y ha sido adoptada por las instituciones financieras, que siguen siendo una parte influyente de las 3.100 empresas de 93 países que ahora la apoyan. Las normas del TCFD exigen esencialmente a las empresas que identifiquen, gestionen e informen sobre los riesgos relacionados con el cambio climático -utilizando el análisis de escenarios-, así como que informen sobre el nivel de carbono integrado en la huella de la empresa. El marco de la TCFD constituye un punto de partida útil para las empresas que deseen empezar a comprender los riesgos y oportunidades climáticos que deben prever.

Los informes del TCFD están empezando a consagrarse en los ordenamientos jurídicos, primero en Nueva Zelanda y más recientemente en Japón y el Reino Unido, y hay más países en camino. Del mismo modo, el European Financial Reporting Advisory Group (EFRAG) y los International Financial Reporting Standards (NIIF) exigen normas que obliguen a informar de las vulnerabilidades financieras derivadas del cambio climático, tanto de los riesgos físicos como de los de transición.

Para no quedarse atrás, la Comisión del Mercado de Valores de EE.UU. acaba de dar su aprobación inicial a una norma que exigiría a las empresas que cotizan en bolsa revelar anualmente las “repercusiones materiales reales o probables” del cambio climático en su negocio. La norma, todavía en forma de borrador, también exige la divulgación de las emisiones de gases de efecto invernadero directas e indirectas de una empresa (las llamadas emisiones de Alcance 1 y Alcance 2). Las empresas más grandes tendrían que ir más allá e informar sobre los gases de efecto invernadero generados por los proveedores y usuarios finales (emisiones de Alcance 3) si estas emisiones se consideran materiales o se incluyen en otros objetivos de descarbonización que la compañía se haya fijado.

Como sugieren estos acontecimientos, las empresas tienen mucho trabajo por delante. El escrutinio de los grupos de interés está incrementando la demanda de una mayor acción empresarial. Además, a medida que estos cuenten con la información necesaria va a premiar a las empresas con buenos resultados desde el punto de vista de la lucha contra el cambio climático y a penalizar a las malas.